Ha llegado el momento de tomarse en serio a Francina ArmengolFrancina Armengol. La victoria electoral cursa con secuelas. La única ganadora indiscutible del 26M en Balears ha dejado de ser heredera de una tradición, para convertirse en la fundadora de una dinastía. Ahora empieza a dar miedo. Nace el armengolismo, una sustantivación de culto al líder que en Balears solo permitía el cañellismo. Se acuñó en honor del único president que ganó dos legislaturas consecutivas, back to back. Y tres, y hasta cuatro, en los tiempos en que existía la mayoría absoluta.

Armengol no ganaba ni en su Inca natal. Ha tenido que soportar todos los chistes sobre el tripartito y el pacto de perdedores, antes de levantarse treinta mil votos adicionales levantarse treinta mil votos adicionalesdesde una presidencia del Govern donde estaba destinada a carbonizarse. Ha de repartirse las ganancias con el Pedro Sánchez que la encandiló, y luego no, y más adelante sí.

Accedió a la presidencia con un descaro suicida porque no le entusiasma el cargo, aunque odia perder. El desapego aclara la tristeza existencial que le embargó hace un año, y que sus adversarios confundieron con debilidad. Está más dotada para el regate corto y acostumbrada al mansplaining, que utilizará para voltear a su confiado interlocutor.

Su padre declaraba en prensa que le guardaba la farmacia, mientras Armengol intentaba resolver su dilema entre la militante y la aventurera, entre la dócil socialista y la nacionalista radical. Siempre vencía el aparato, le colocaba un burka a su onda expansiva para mantenerse fiel a los cánones de Ferraz. Hasta que el PSOE estalló en mil pedazos.

Prefiere las respuestas simples. Por ejemplo, tras su encuentro con el flamante presidente del PP en las inundaciones de octubre:

—Estuve con Pablo Casado.

—¿Y qué te pareció?

—Pequeño.

Montó el primer Govern de las mujeres, donde solo se fiaba de Pilar Costa y de Fina Santiago, ahora derrotadas en Eivissa y en Més. Dice que se retirará tras este mandato. Lo mismo afirmaba Cañellas cada vez que ganaba. Y ganaba, y ganaba.

Armengol prefiere jugar a la contra, por eso brilló especialmente contra el PP en la primera mitad de la legislatura. Y se rindió en cuanto mandó el PSOE en Madrid. Purgaba así su dilema existencial entre la resolución y la incertidumbre. Por desgracia, empieza a tener demasiada gente que le aconseja que no lo haga. López de Arriortúa: "Siempre hay una razón excelente para no tomar una decisión".

Ha diluido su perfil, hay que minimizar riesgos. Empezó batalladora su primera legislatura en el poder, al grito de "soy mujer, feminista y de izquierdas". Pronúnciese con la determinación de quien se considera la única persona con tan marcadas características. Cuatro años después, al celebrar el domingo por la noche su primer triunfo personalizado, se conformaba con describir "un momento de mucha ilusión, felicidad y responsabilidad". Genéricos. El armengolismo se basa en no exteriorizar la impresión que de todos modos transmite Armengol. Radical, catalanista, nada de tonterías.

El aburguesamiento inherente al poder la impulsó a cometer el error más morrocotudo de la legislatura. Tras haber defendido a Sánchez frente a Susana Díaz, pensó que su paladín había enloquecido. Armengol se negó a acompañarle en su Reconquista a lomos de un simca mil. Balears paga todavía las facturas del desencuentro.

Armengol nunca reconoce un error, aunque no llega al extremo de Bauzá cuando replicaba que era su interlocutor quien se empecinaba en las falsedades. La creadora del armengolismo solo piensa en clave socialista. Por eso está satisfecha de haber derrotado al PP, pero sobre todo a Més y a Podemos. La presidenta quiere a su pueblo, pero siempre le aplica recetas socialistas. Más allá de su partido solo cabe el extravío o la extravagancia.

Al sumir por dos veces al PP en el ostracismo, Armengol se coloca entre los grandes triunfadores de la vida política local. No aspira a la universalidad, pudo haber optado en excelentes condiciones a la secretaría general de consenso del PSOE estatal, pero se comportó en mallorquina. Con 120 mil votos y veinte diputados, se halla lejos de los registros de su predecesor Antich, pro quién se atrevería a descartar que pueda obtenerlos.

En 2011 olfateó que su triunfo dependía de que José Ramón Bauzá llegara a las elecciones, así que lo malhirió sin abatirlo. En 2015, ni ella misma hubiera diseñado una víctima más apropiada que Company. Le dio cobertura, le dispensó un trato de jefe de la oposición no avalado por los datos. Estaba promocionando a un rival con los rasgos de un personaje que Xesc Forteza hubiera descartado por histriónico. Apacentó a su alternativa. Cuando Company se dio cuenta de que se estaba precipitando hacia la derrota, ya no había marcha atrás.

Armengol ha programado la mayor revolución de la historia de Mallorca, salvo que ocurrirá avanzados los años veinte, cuando ya no pueda dañar sus perspectivas electorales. Y si los gobernantes se miden en la gestión de crisis, es inexplicable que haya sobrevivido sin una melladura a las trece víctimas mortales de la torrentada de Sant Llorenç, de potencia suficiente para arrasar un Govern entero. La sangre fría es compatible con el drama interior de saber que no fue su mejor momento.

No importa, Més y Podemos ejercen de mascotas adiestradas, al saltar solícitos para recoger al aire las migajas del falso REB. Los socios están contentos con su campeona, ignoran que pagarán en escaños la sumisión que ni siquiera advierten, otro signo del armengolismo.

De todas formas, durante la segunda legislatura en el poder se debilitan las defensas. Baste recordar al Cañellas del Túnel de Sóller, al Matas del Palma Arena o al Antich obligado a expulsar a UM al completo. Ninguno de ellos pensó que se hundiría en la ciénaga.