El marcaje al elector es férreo. Siempre que las dimensiones de la población lo permiten, los candidatos peinan los domicilios para saludar a los vecinos, invitarles al mitin de turno, dejarles la propaganda impresa y, por supuesto, las papeletas de votación con algún elemento de control no reconocido, pero sí reconocible para ellos, sea la intensidad del color del sobre, la dimensión de la letra o el milímetro que altera la medida.

Casi todo está inventado en eso de tender el cebo, el control y hasta la manipulación de un votante que también sabe tomarse su venganza para engañar al interventor o candidato que deambula ante el colegio electoral.

Las sospechas de alteración de empadronamientos también son un clásico de las semanas previas a los comicios, lo cual, admitámoslo, no constituye mérito alguno ni signo de robustez cívica o democrática. La apetencia por capar y comprometer a electores a toda costa altera los padrones municipales. Santa Margalida es uno de los escenarios habituales de esta artimaña y sigue teniendo a Joan Monjo "propietario de muchos pisos" y consciente de que "la ley actual permite empadronarse en un banco de la plaza" a su principal actor. Suma pel Canvi ha vuelto a detectar registros municipales hasta en un solar de Son Serra de Marina propiedad de Monjo, aparte de alta concentración de residentes en bloques de pisos vinculados al actual alcalde, siempre imbatible en polémicas, controversias y ambigüedades. También en la práctica del victimismo. Monjo dice que la oposición ha orquestado una campaña contra él. Se refiere a Can Picafort Unit y a Suma pel Canvi que no le sirven de modelo porque, a su entender, levantan obras sin licencia y trapichean con extranjeros que no pueden votar.

Intento de mayor ataque para una defensa que no clarifica nada y se instala en la confusión permanente. Es la táctica habitual que en este caso no sirve para exhibir el sentido neutro o desinteresado de esta hospitalidad electoral sobrevenida en el entorno de Joan Monjo.