Dio la sensación de que Pablo Casado se sumaba a la campaña electoral del PP de Balears como el que se coló en la fiesta de Mecano. Se plantó el presidente nacional el martes pasado en una terraza del Borne palmesano porque nadie pudo evitarlo. Bastó juntar un par de mini mesas del bar Bosch para organizar el acto central de los conservadores, antaño capaces de abarrotar el Palma Arena. O sea, que las langostas de Biel Company ya no son lo que eran.

La traca final antes de los comicios de la semana que viene va a tener al menos una estrella de la derecha, y no pertenece a la formación antaño hegemónica en las islas. Conforme se suceden las encuestas que abonan los más negros presagios para el PP, esto es, que repetirá la debacle del pasado 28A, menos creíble resulta ese "todavía hay partido" que Casado soltó en la tierra de Rafa Nadal. Todavía queda tiempo sobre la pista, en la tierra abatida que antaño se suponía genéticamente conservadora de color azul. Un tiempo que a algunos se les está haciendo eterno.

Si Pedro Sánchez repite broche de campaña llenando un recinto similar al Palacio de Congresos como hace tres semanas, los populares prefieren evitar comparaciones. Bienvenidos al 'Micromitin de barra', donde los candidatos casi pueden tocar al público. Atrás quedan esas filas de autocares que llegaban desde los pueblos para dejar pequeño cualquier recinto. Ahora se trata simplemente de que el lugar elegido no parezca vacío, para que no se note tanto el desánimo general. Y de impedir que Pablo Casado decida cogerse un vuelo barato, y presentarse por sorpresa en la isla, con su inconfundible aroma a derrota.