Todos los líderes políticos jóvenes llevan un arremangamiento de camisa moderado y milimétrico para dar una imagen de acometida, de propósito. Un gesto afectado y demasiado coqueto. Jaume Font se las dobla a la antigua, sin método (aparentemente), como el payés que se dispone a pastar sobrasada. El poder sin artificio (también populista) de la part forana.

De esta guisa, el candidato de El Pi al Parlament prepara un frit de matances matutino en Ca n'Ignasi de Inca. Frente a los fogones, con los ingredientes de la tierra, lamenta el sobrecoste que supone vivir en la isla. "Un litro del aceite que estoy utilizando cuesta 45 céntimos más aquí que en Valencia o Barcelona", advierte. "Este frito, el que ustedes se hacen en casa, nos ha costado 52,29 euros. En la península habríamos pagado por él un 14% menos".

La insularidad, la periferia como condena fue el asunto que convocó a este desayuno a cerca de 50 inqueros: estaban llamados sobre todo empresarios de mediano y pequeño comercio. Propietarios. Raigambre mallorquina. Target de El Pi. Están en la terraza del restaurante Biel Payeras del supermercado Can Coric; Mar Nicolau de Activa't Inca; Sebastià Salom de la carnicería Can Sebastià; Tòfol Soler del restaurante Canyamel; Magdalena Soler de Grues Amunt; Tomeu Morro de Distribucions Mondragó; la estanquera Maria Àngels Mora, Llorenç Rovira de la tienda de pinturas homónima y el que fuera presidente de Pimeco Pere Ferrer.

"Todos somos iguales y españoles. ¿Por qué aquí cuesta todo más?", pregunta Font con claridad, campechano, espumadera en mano sirviendo platos. "Si los empresarios no tuvieran que asumir este sobrecoste por la insularidad podrían invertir más en innovación y contratar a más trabajadores", prosigue, flanqueado por la periodista Lina Pons (número 2 al Parlament) y Antoni Mir (en la lista a las europeas). "Vamos a luchar para conseguir una compensación por esos costes de insularidad", promete. "Sólo pactaremos si se comprometen a trabajar por esto, si no, daremos caña", apostilla.

Cati Simonet, trabajadora de toda la vida en Quely, es simpatizante del partido regionalista. "Necesitamos a alguien que defienda las islas y no dependa de nadie de Madrid", sostiene. "Y me gusta esta opción de centro, mallorquina, porque no soy ni independentista ni de izquierdas".

Font es una persona muy conocida en Inca. "Iba al mismo colegio que él y su hermana fue al Berenguer conmigo, les conozco de hace muchos años. Veraneaba en Alcúdia y también iba a su restaurante Los Patos. Es un tipo que me da confianza", explica un empresario de la zona que le dará su voto.

El pobler, que es puro instinto y un sobreviviente de la política (nadie ha podido con él, todos lo han intentado), es bien recibido en el mercado del pueblo. En pocos minutos, está rodeado de vendedores a los que compraba cuando llevaba el bar Espanyol con su mujer. Todo el mundo le reconoce.

"Las cosas se han de poder tocar con las manos. No me gusta nada el postureo", afirma Font, epítome de la mallorquinidad, al frente de un partido que cristalizó con el despedazamiento de las naves nostrades comandadas por Matas y Munar. "Hay que ponerse a trabajar. El problema de la vivienda lo han achacado al alquiler vacacional y no es así". El Pi tiene un caladero de votantes en la Mallorca propietaria y heredera de inmuebles. "Lo que pasa es que no han hecho nada. El Govern tendría que haber comprado esos pisos antes de que los adquirieran fondos buitre. Son unas morsas. En ocho años han entregado poquísimas viviendas sociales. Si Francina o Company tuvieran que servir una comida para 150 personas, habría un motín de los comensales", exclama.

Jaumet -le llaman muchos- explota su estilo antiintelectual hasta en las mangas de la camisa, arremangadas con descuido, pero es una esponja de la vieja política. Distancias cortas, estómago lleno y vivacidad: los discursos se los escribía el dramaturgo Alexandre Ballester.