Ni el peor resultado histórico del PP en Balears ni el anunciado funeral político de Bauzá pueden esconder una evidencia: el PSOE de Francina Armengol se entrega al tercer pacto de progreso en una situación de debilidad, tras perder 22.000 votos con respecto a los comicios de 2011, que ya supusieron un gran descalabro para el partido, y caer por primera vez por debajo del 20 por ciento de los votos, la tradicional frontera entre la hegemonía y la insignificancia política.
Sin embargo, en esta ocasión, el fragmentado Parlament saliente de las elecciones, con hasta seis formaciones políticas con representación, ocho si se cuentan las de Menorca e Eivissa, salvan a los socialistas del precipicio y los mantienen como la primera fuerza de izquierda, a cinco escaños de los diez de Podemos, gracias al diputado de Formentera, y a seis de los nueve de Més.
Pero en ese triángulo los equilibrios han cambiado. Los resultados de Armengol la debilitan políticamente ante los suyos y también ante las otras formaciones de izquierda. Y así están dispuestos a recordárselo Biel Barceló y Alberto Jarabo, con sus 19 escaños conjuntos en la cámara autonómica, su acuerdo total de que se negocien programas y no sillas para alcanzar un tercer pacto y, sobre todo, su sintonía personal y política, cultivada y reflexionada ya mucho antes de las elecciones.
Frente a la eterna abulia socialista, Més ha superado su techo electoral porque durante la legislatura ha trabajado a destajo como el partido más activo de la oposición, rematando la faena en campaña con una puesta en escena en positivo calculada y planificada al milímetro y un mensaje más abierto que ha aparcado el soberanismo que no les dejaba avanzar. Y Podemos ha entrado en el Parlament como un tsunami por la fuerza nacional del partido como representante de todos aquellos a quienes Rajoy ha dejado sin la mínima expectativa.
