­El PP balear ha pasado del balcón de 2011 al balconing de 2015, por voluntad expresa de su líder máximo. Su escalofriante caída lo estrella contra un suelo electoral en el 28 por ciento de los votos, cuando su media en las seis últimas elecciones supera el 45. Las cifras estratosféricas no impidieron dos pérdidas del Consolat por parte de Matas, en caso de que alguien desee elaborar conjeturas sobre el futuro que le aguarda a Bauzá.

Mientras el PP se precipita al vacío, el PSOE se agarra desesperado al alféizar de la ventana. En el 2011 quedó en tan comprometida posición con las dos manos y un 25 por ciento de los votos. Desde el domingo se aferra a la arista salvadora con una mano sola. Ha rebajado por primera vez la cota del veinte por ciento, hasta un decepcionante 19,3.

Las autonómicas se parecen a las europeas como una elección a otra. Hace un año no se registró un desahogo de la población, sino un aviso desatendido por la soberbia del bipartidismo. De un 46 a un 47 por ciento, PP y PSOE suman hoy en Balears el magro porcentaje que unos años atrás podían recaudar en solitario. La media de sus datos históricos desborda el ochenta por ciento. De recolectar cuatro de cada cinco sufragios han pasado a menos de uno de cada dos.

Con la contundencia de la ley de la gravedad, el bipartidismo se ha desplomado. No tiene sentido hablar de dos fuerzas predominantes, cuando no cautivan conjuntamente a la mitad de los electores, y a un porcentaje todavía más bajo de la población. En concreto, a uno de cada tres habitantes de Balears. La anulación de PP y PSOE es tan dolorosa como la aniquilación.

El siempre incisivo Gabriel Cañellas acierta cuando reduce al PP a "una marioneta del PI" en numerosos ayuntamientos. El primer president de Balears asignaba ayer al partido que fundó un papel "testimonial", en un diagnóstico más cruel que una ejecución. Aparte de que en la sabana electoral abundan los depredadores, encantados de reemplazar al león herido.

Para describir el réquiem por el bipartidismo, los números son menos explícitos que la mudanza en el Consolat. Por primera vez en la historia, Balears puede tener un presidente que no milite en el PP ni el PSOE. Alberto Jarabo y Biel Barceló se postulan razonablemente a este cargo, el segundo avanza a Francina Armengol en las quinielas postelectorales. Con la mano que le deja libre su posición colgante, el PSOE baraja la inevitabilidad de un tercer Pacto de Progreso como si nada hubiera cambiado.

La pretensión analítica se derrumba ante el big bang del pasado domingo. El 24M es una singularidad, un estallido que carece de precedentes. Es aventurado extraer consecuencias de un acontecimiento desarraigado. Ni siquiera puede establecerse si anuncia el final lógico del bipartidismo o el principio de una era sin mapas. Para disipar los temores, Balears ha tenido a Antonio Gómez de vicepresidente, sin conmoción de las estructuras ni agitación de los hoteleros que se negarían a contratarlo con ese cargo en sus empresas. Al contrario, confiaban en que continuara su meritoria labor, desacreditada por los electores.

El papel de Bauzá en la ruina del bipartidismo es innegable. Traduciendo la sangría de votos del PP en el conjunto del Estado a Balears, la sección regional debería haber perdido 50 mil sufragios. Se le han quedado 75 mil en el camino, la mitad más que en su ya de por sí deprimente tesitura española.