¿Cómo están los máquinas (de pactar)?
El bipartidismo no era esto, aunque se le parece bastante. El triunfo arrollador de Marga Prohens no le permite gobernar cómoda en solitario pero sí contando con una ultraderecha que crece y se multiplica

Marga Prohens entra muy sonriente en la sala de prensa del PP, ayer. / B. Ramon
La inercia empujó a la derecha, la baja participación ayudó a la derecha, hasta el tiempo nublado ha beneficiado a una derecha en estado de gracia. La hiperventilación que domina la cosa pública en la actualidad favorece a la derecha y la izquierda se muestra autocomplaciente a lomos de su superioridad moral. La ley política (a veces incumplida) de la alternancia hacía presagiar el triunfo del PP, pero sorprende lo abultado de su victoria. Dos legislaturas seguidas de Pacto de Progreso en un archipiélago que tenía muy a gala su talante conservador resultaban insólitas, replicarlo de nuevo ha sido una quimera para Francina Armengol, que prometió no defraudar y no ha podido. El PSOE ve mermados sus apoyos y además sufre los pésimos resultados de sus socios de Podemos y la incapacidad de Més para crecer. El PP vitaminado de Marga Prohens se ha rehecho de los escombros a que lo redujo Biel Company y ha recuperado la condición de líder, ayudado por el frenesí azul que ayer recorrió muchas de las plazas en liza en España. De Madrid al cielo, con Isabel Díaz Ayuso a las riendas del carro de la Cibeles. Sin embargo, sus excelentes números no le bastan a Prohens para gobernar y deberá contar con Vox, que ha sido el lobo de Caperucita disfrazado de abuelita durante la campaña, pero ahora tiende las zarpas y reclamará lo suyo. Las derechas se necesitan en el Consolat, pero sobre todo en la capital, donde una gestión en minoría sería un lastre imposible. No hay bisagra que valga si se tiene la llave de la puerta; el Pi decisivo era un espejismo de tertulia, ha resultado otra víctima del sufragio útil, y esta vez no consigue ni entrar en el Parlament.
Abajo el que está arriba y que pase el siguiente. Qué ha sucedido para que una tierra con pleno empleo, la economía toda máquina y a las puertas de otra temporada récord de turismo decida que el Govern alabado por el mismísimo Gabriel Escarrer no sirve, y que necesitamos otro más diestro. Entre el original y la copia, el pueblo ha hablado a favor de la derecha de siempre y de paso ha votado contra Pedro Sánchez, el resistente, dando una bofetada en cara ajena. Ha quedado demostrado que las formaciones de izquierda no conocen a su electorado, y que no se puede enamorar a los tuyos y a los suyos sin pagar un precio altísimo. Incapaces ya no solo de ampliar su público, sino de conservar a sus adeptos, Podemos retrocede hasta nuevas fronteras de desafección y Més conserva lo poco que tenía después del estropicio de 2019.
Se ha verificado la extinción de Ciudadanos, cumpliendo los vaticinios, porque el centro político aburre en tiempos de polarización. Que la tercera fuerza más votada en Balears sea una ultraderecha de Vox en crecimiento desbocado, después de una legislatura de encefalograma plano, y que en Palma su candidato Fulgencio Coll mire a los ojos sin complejos a socialistas y populares, ha de invitar al resto de formaciones a reflexionar. Especialmente sobre su grado de desconexión con las capas de la sociedad a las que llegaron a ilusionar hace un par de legislaturas. El voto cautivo ya no existe, hasta los electores más ideologizados exigen hoy día alguna contrapartida, no quieren ir a sonrojo diario. Si Més, estancado pero vivo, ha salvado los pocos muebles que le quedaban, Podemos ha pagado una gestión entre deficiente y chiripitifáutica en Palma durante la pasada legislatura y un casting de candidatas manifiestamente mejorable.
A dónde han ido los votos perdidos del PSOE, de Ciudadanos, del Pi y de Podemos. A la derecha y más allá de la derecha, a dos partidos condenados a entenderse, y muy dispuestos a ello.
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