(Con sordina equivalente a este paréntesis, los grandes analistas esbozan desde el disimulo que tal vez Abascal ganó sin réplicas el debate de candidatos). Las elecciones han quedado reducidas a un combate de Voxeo, con el partido de ultraderecha moderada en el cómodo papel de referente y preferente. La ley prohíbe los sondeos electorales en los últimos seis días, como si la cautela otorgase algún valor científico a los confeccionados en fechas anteriores. Para subsanar esta anomalía democrática, El Periódic d'Andorra publicó ayer su primera encuesta, que otorgaba hasta 55 diputados al partido de ultraderecha moderada.

Antes del domingo, los 55 diputados (hay que repetir la cifra para asimilarla) son una especulación. Ahora mismo no interesa si el combate de Voxeo se decidirá por esa cifra de puntos, sino que pueda anotarse en encuestas reputadas sin desatar un terremoto. Por lo que concierne a la sociedad y sus augures, el neofranquismo a pecho descubierto de Abascal puede levantarse medio centenar de escaños.

Las cifras al alcance de Vox no implican de momento un regreso a la democracia orgánica, que avergonzaba hasta a los profesores de la Formación del Espíritu Nacional. Sin embargo, los candidatos ya han claudicado a la sustitución de la ideología por el patriotismo. ¿Qué partido negaría hoy que "la existencia de la Patria no puede ser sacada a discusión de hombres", quintaesencia del franquismo? Y por encima de todo resalta el número 55, una contabilidad estupefaciente pero ya asimilada que distorsionará todo el Congreso según explica la relatividad general de Einstein. La cámara podía soslayar a un Blas Piñar, su único inquilino de ultraderecha hasta ahora. Sin embargo, ningún mecanismo permite comportarse como si tal cosa cuando hay 55 blases piñares confortablemente asentados en el altar democrático (hasta la prosa se contagia del tono grandilocuente del Voxeo).