El amable Ábalos, que ayer prorrumpía en Palma en gritos de "esperanza" y "empatía", salió del armario como el ministro de Ciudadanos en el Gobierno de Sánchez. El titular de Fomento desairaba a socios leales a quienes debe el ministerio que ocupa, además de provocar el estupor de los socialistas mallorquines, que gobiernan incumpliendo las exigencias patrióticas de Ferraz.
La derrota de Ábalos hacia la derecha corrige a quienes critican al PSOE por no saber adónde va, cuando su mayor problema es olvidar de dónde viene. En cuanto los socialistas recogen cien votos de las izquierdas en el Congreso, o 24 en el Parlament, empiezan a funcionar de manera autónoma y como si disfrutaran de las mayorías absolutas petrificadas de Felipe González.
Lo único que ha hecho Ciudadanos por el PSOE ha sido permitir que sus diputados se abstuvieran para investir a Rajoy. Pese a esta humillación, Inés Arrimadas sería ministra en un gobierno de Ábalos, con la asimetría de que el valenciano no figuraría en el gabinete de la emigrante a Cataluña de ida y vuelta.
Arrimadas también mitineaba en Palma, y seguro que Ábalos planteó la hipótesis de coincidir en un mismo escenario con Ciudadanos. El amontonamiento de siglas le hubiera convenido a la sucesora de Rivera a partir del fracaso electoral de abril. El partido naranja atraía con su centrismo 'xarnego'. Sin embargo, desde que compite en el terreno de la ultraderecha moderada, se desnuda la clamorosa inferioridad en su convocatoria mallorquina con Vox, en el mismo recinto del Auditòrium.
Frente a quienes insisten en guiarse por encuestas improductivas, la movilización en los mitines insoportables ofrece indicaciones más precisas sobre la suerte de las urnas. En este recuento preliminar de votos, Ciudadanos y PSOE escenificaron ayer en Palma su desencuentro vecinal. Se entienden, pero no se hablan.
