No pasa por un bueno momento la segunda economía del mundo. China asombró al mundo creciendo durante 17 años a tasas superiores al 9% (oscilando entre el 9.10% y el 14.20%) en el periodo que va de 1991 a 1997 y de 2002 a 2011. A partir del 2011 ha sufrido una paulatina moderación de su crecimiento hasta el 6.60% del 2018.

Con el estallido de la Gran Recesión de las economías occidentales en el 2008 y la subsiguiente crisis de la deuda europea en 2010, el gigante asiático vino al rescate de Europa y de EEUU y financió nuestra abultada deuda. Valga como ejemplo este relevante dato: China es el primer tenedor de bonos soberanos americanos financiando aproximadamente la mitad de la deuda pública americana.

Sin embargo después de un importante auge, tarde o temprano acaba llegando el declive. Me pregunto cuántas veces habremos escuchado o leído la manida frase "auge y declive del Imperio Romano". Ese declive puede ser abrupto o progresivo. En China está siendo progresivo o como coloquialmente lo llamamos: un aterrizaje suave. Pero no por ser suave debería no ser seguido con mucha atención. En agosto del 2015, las intensas caídas de las bolsas chinas nos mandaron un primer aviso a tener muy en cuenta. Tres años más tarde la señal fue aún más clara: la moderación en el ritmo de crecimiento chino se intensificaba mostrando una debilidad no vista en décadas y las bolsas chinas se depreciaban un 25%. Además el número de impagos en bonos chinos se disparó durante el 2018, siendo 4 veces mayores que en 2017 (ver tabla).

Otra consecuencia de esta debilidad China es que con el telón de fondo de las negociaciones comerciales con EEUU, la administración Trump tiene una marcada posición de fuerza de la que no gozaron ni Obama ni Bush. Los americanos saben que la deuda total china es de $48 trillones, ¡3.7 veces su PIB!, mientras que la americana es de $24 trillones, siendo la economía China un 37% más pequeña que la americana.

Con todo ello no quiero lanzar una señal de alarma para la economía china, pero sí de advertencia en el sentido de que dentro del mundo de economías emergentes las perspectivas para China en 2019 no son de las mejores y por tanto no será el mejor destino para invertir.