Quien se haya documentado un poquito en serio y acudido a fuentes que no estén controladas por demagogos o ciertos lobbies sabrá que el cambio climático no es una broma y que se nos acaba el plazo de evitar males mayores. Si, además, lee a Yuval Noah Harari sabrá que lo que nos jugamos está relacionado con la palabra "extinción" a nivel especie.

Tal vez por ello hay un número creciente de personas que optan por un coche eléctrico o por uno híbrido. El elemento crítico de decisión es la autonomía. Pero no voy a entrar en debate con este tema, sino que voy a tratar otro aspecto del que poco se habla y es qué implica "eléctrico" cuando hablamos de seguros.

La supervivencia de una compañía de seguros se basa en lo que llamamos "ratio combinado", que no es otra cosa que lo que se recauda vía primas -precio- dividido por lo que se gasta vía siniestros expresado en tanto por ciento. Algo que no sabrás es que en los últimos 10 años solo dos empresas en España obtuvieron en automóviles ratios por debajo del 100%, es decir, ganaron dinero técnicamente. Aclaro que hacer el burro con las tarifas no trae nada bueno aunque pueda hacernos gracia pagar algo menos que el vecino: puede que él sea más afortunado si hay un accidente.

Además, estamos en una auténtica guerra de precios donde hay quien anuncia "sea lo que sea que pagues, te lo mejoro", aparentemente puro dumping. ¿Adivinas cómo se consigue eso? Sí, con peores coberturas, peor valoración y rascando dinero donde no lo hay. Uno de los sistemas habituales consiste en prometer a un taller grandes volúmenes de trabajo donde gana muy poco por servicio y la gestión directa de recambios por la compañía. Ahí nacen los talleres concertados, la eliminación del perito independiente y las quejas por recambios no originales.

Y ahí, también, es donde surge el problema con los vehículos que incorporan motor eléctrico y baterías, sean híbridos o eléctricos puros. A efectos prácticos ambos generan la misma problemática para el seguro: coste fuera de "su" norma.

Un coche eléctrico no es como otro dotado de motor de explosión. Se parecen tan solo exteriormente pero no en su funcionamiento. Un taller que quiera operar con vehículos eléctricos debe contar un box especial donde repararlos. Debe contar con equipo especial, empezando por un multímetro capaz de trabajar con tensiones de 1.000 voltios y un equipo para desplazar el vehículo dentro o fuera del taller porque un eléctrico no puede ser empujado o podría sufrir daños por carga de los inversores. Se necesitan bancos de materiales plásticos, aislantes, equipos de aislamiento para el personal y adoptar un sinfín de medidas de prevención para evitar que una derivación cueste vidas. Unas vidas preciosas, no solo en términos humanísticos, sino también porque el trabajador especialista debe contar con elevadas ratios de formación que hacen que la partida de gastos de personal se dispare y el aprendizaje lento y costoso: un especialista en esta área no sufrirá la lacra del desempleo.

Dicho esto, es fácil suponer que no todo taller está en condiciones de asumir la reparación de este tipo de vehículos lo cual, obviamente, descarta a los talleres low cost como primeras víctimas de la compra de un eléctrico o híbrido. Y eso supone para el seguro un auténtico calvario en control de costes puesto que el concesionario de marca o un taller especializado impondrá precios de mano de obra cualificada a otro precio. El mango de la sartén cambia de manos.

Sumemos a esto que muchos componentes de este tipo de vehículos son exclusivos de marca, es decir, no cabe pensar en recambios de marca B y menos aún en reparar ciertos componentes por contar con blindaje. Por ejemplo, un motor eléctrico de tracción rara vez se repara: se sustituye. No ha sido diseñado para sufrir averías, lo cual es una excelente noticia para el propietario del vehículo, pero en caso de colisión sí puede requerir un reemplazo total generando escenarios binarios, de todo o nada. Algo muy parecido sucede con las baterías que suponen un auténtico reto en coste para el asegurador y que deben ser desmontadas si el vehículo tiene que pasar por la cabina de pintura pues una batería a más de 60ºC puede causar un desastre.

Tal vez la parte más positiva para el asegurador sea la garantía de asistencia en viaje dado que este tipo de vehículos tiene un número ridículo de piezas móviles en el motor comparado con aquellos de explosión, no tienen embrague, volante de inercia o distribución -no aplicable a híbridos- por lo que es raro que se averíen. Eso sí, si se quedan sin carga deben ser transportados a una estación de carga pues no pueden ser repostados in situ y, recordémoslo por ser importante, no pueden ser empujados.

Con todo hay que decir que hay aseguradores que juegan a ser cool en estos tiempos y apuestan por ser más verdes que las coles. Proponen buenas tarifas a los vehículos eléctricos, aunque con ello pierdan dinero con ellos. Tal vez se lo cobren a los demás clientes y así estaremos ante una maniobra más de greenwashing que contar en su frágil memoria de RSE.