Estas pasadas Navidades decidí apoyar con una contribución económica los esfuerzos de Julian Assange en Wikileaks. Fui a Bithope, una página web especializada en crowdfunding con pago mediante Bitcoins y elegí entre distintas campañas: niños que pasan sus Navidades sólos, activistas de las criptodivisas -Bitcoin es una criptodivisa-... y por descontado Julian Assange.

Cuando me di de alta en Bitcoin, un software generó para mi una frase de entrada al azar que podría ser algo como witch collapse practice feed shame open despair creek road again ice least.

Luego un programa de criptografía convirtió esta lista de palabras en mi contraseña de Bitcoin. Esa contraseña me identifica en el mundo de Bitcoin, y es algo así como un PIN muy complicado de una tarjeta de crédito, para entendernos. Así me uní al mundo de Bitcoin.

Debido a las fechas del año en que estábamos, me sentí generoso y decidí pagar un bitcoin a Julian Assange. Durante las Navidades, el precio del bitcoin estaba aproximadamente en 15.000 dólares, por tanto espero que Julian al menos acuse recibo de mi contribución con una nota de gracias. Para enviarle mi bitcoin, "pagué" en la página web de Bithope. Cuando le di al botón de "Pagar", el sistema envió mi contraseña a una red de ordenadores, que verificaron mi identidad y empezaron a competir entre ellos. Compitieron por realizar cálculos matemáticos largos y complejos, de los que llevan mucho tiempo y absorben mucha energía -hay quien calienta su salón en invierno con un ordenador que realiza cálculos de Bitcoin, lo que se llama una "mina de bitcoins"-.

El ordenador que consiguió terminar los cálculos en primer lugar tuvo el privilegio de cerrar mi transacción y enviar mi bitcoin a Julian Assange. El proceso dura apenas unos minutos, y a simple vista es idéntico a cualquier compra online pagada por ejemplo con una sufrida tarjeta de crédito.

Sin embargo hay algunas diferencias asombrosas.

No hay un banco intermediario que transporte mi Bitcoin de mi cartera a la de Julian Assange.

No hay un Banco de España regulando la transacción y velando por el cumplimiento de las normativas de seguridad financiera.

No hay una compañía de tarjeta de crédito que mira si tengo saldo en la tarjeta y me anota algunos puntos de regalo para enviarme una vajilla cuando me haya gastado 5 bitcoins.

Y no hay un sistema de márketing que intente ver si, ya que he contribuido a la campaña de Julien Assange, quiero también contribuir a la libertad de prensa en China.

De hecho, no existe Bitcoin como empresa, sino como una comunidad anónima que da validez a mi transacción. El hecho de que un bitcoin valga hoy 10.000 dólares se debe exclusivamente a que la comunidad tiene confianza en el sistema, lo que se conoce como "confianza distribuida".

La economía del bitcoin es totalmente real y planetaria, no algo minoritario. La energía que consumen los ordenadores que se dedican al minado de bitcoins es, según algunos cálculos, mayor que el consumo de toda Irlanda. Lo cual entre otros aspectos plantea un reto ecológico notable: hasta que las minas de bitcoins se prohibieron por ley hace poco, China era donde más bitcoins se minaban. Y es un país con una mala reputación notoria por utilizar energías muy poco amigas del medio ambiente.

Debo confesar que no soy defensor de Julian Assange ni tengo una cuenta en bitcoins, entre otras cosas porque me hace desconfiar el hecho que el 95% de los bitcoins en circulación esté en manos del 4% de las cuentas. Aunque bien pensado, esto no es tan diferente a cuando mi restaurante favorito acepta como método de pago un pedacito de papel que dice que vale cincuenta euros.

*Socio fundador de Metrix Partners