Hay que reconocer que hay que ser muy valiente para encarar de frente la problemática -o la falta de ella según algunos- que supone el Bitcoin y la especulación que se está viviendo en los últimos tiempos con esta moneda virtual. Y es que en los últimos tiempos todo el mundo habla del Bitcoin, de lo que ha subido su cotización, de la especulación -y los especuladores- y de las transacciones económicas ilegales ajenas al fisco que se pueden hacer al amparo del anonimato que esta moneda permite.

En las últimas semanas he ido preguntando en mi entorno a una veintena de personas si sabían qué es un bitcoin. Y la mayoría lo sabe. O cree que lo sabe. Pero nadie me ha dicho cómo funciona o para qué sirve. Así que lo primero debería ser intentar poner algo de luz sobre el tema del que tanto se está hablando y de si hay o no especulación a su alrededor. Y sé que me voy a meter en un jardín. Y que los 'criptomuchachos' se me van a tirar encima. Pero qué quieren que les diga: me van los retos. Aunque mañana toque arrepentirse y aguantar al personal en las redes sociales.

Todos tenemos claro que un bitcoin es una moneda. Y sabemos que es una moneda porque sirve para comprar y vender cosas. Casas, por ejemplo. Ya existen comercios que aceptan el pago en bitcoins, hay cajeros donde comprar esta moneda e incluso se puede especular con ella, como haría cualquier tiburón de Wall Street comprando deuda soberana de cualquier república bananera.

También tenemos claro que es una moneda virtual. Y esto lo sabemos porque no existe en formato físico. Uno no lleva un bitcoin en el bolsillo ni en papel ni en monedas. De acuerdo, si nos ponemos exquisitos aceptaré que sí se pueden llevar en el bolsillo, pero en realidad van en el móvil, dentro de un monedero también virtual.

El Bitcoin no es una moneda centralizada que dependa de un país o de un banco central. Todo lo contrario. Su control está en los ordenadores de los millones de usuarios que ya la utilizan o las crean. Eso significa que no hay una única entidad que decida imprimir más billetes y crear moneda, sino que el proceso de creación se realiza por parte de cualquiera con ganas, tiempo y recursos para crear bitcoins. A eso se le llama "minar bitcoins". Y como si de la fiebre del oro del salvaje oeste se tratara, el minado de bitcoins se ha convertido en una actividad que ya empieza a ser obsesiva y poco rentable.

Por otro lado, estas monedas virtuales se basan en un sistema de cifrado -de ahí lo de ´cripto´- denominado "cadena de bloques" -blockchain-. Esta tecnología hace que sea prácticamente imposible hackear las transacciones y las propias monedas.

Pero antes habría que explicar cómo se realiza una transacción con bitcoins.

¿Cómo funciona un bitcoin?

Supongamos que tenemos ganas de hacer una buena tortilla de patatas. Tenemos huevos pero nos falta el fundamental tubérculo que le da su prestigioso nombre. Bajamos entonces a la tienda de la esquina, y allí compramos un saco de patatas cuyo precio es de 10 €. Como lo único que tenemos es un billete de 100, pagamos con él y el tendero, siempre tan amable, nos debería devolver 90€ en varios billetes. Y ya podemos volver a casa a seguir con nuestras cuestiones culinarias.

Pero hagamos una suposición distinta. Imaginemos que solo existen billetes de 100, y que al pagar con el nuestro las patatas cuyo precio es de 10€, el amable tendero coge una décima parte del billete. Literalmente. Arranca un trozo. En ese momento, el tendero tiene una décima parte de un billete de 100 y nosotros nos hemos quedado con nueve décimas partes. ¿Ven por dónde voy? El papel de cien euros sería el bitcoin...

Para dar fe de la transacción que acabamos de realizar, nuestro tendero anota en su pedazo del billete el día, la hora, y la persona de la que ha obtenido esa parte del billete. Nosotros, para corroborarlo haremos lo propio en nuestra parte. Anotamos que ese día, a esa hora, entregamos 0,10 partes del billete al tendero.

Pero como el mundo está lleno de maleantes, el tendero no se fía de que el billete sea nuestro, por lo que hará falta un 'notario', alguien que dé fe de la transacción. Y en este mundo imaginario hay muchos 'notarios'. Millones de ellos. Para confirmar el intercambio lanzamos una petición a todos los 'notarios' del mundo para que vengan a confirmar nuestra operación.

Todos esos millones de 'notarios' se ponen entonces en marcha con sus motos para llegar los primeros a la tienda de la esquina en la que nos encontramos. Y es que el primero en llegar y dar fe de la transacción que estamos realizando recibirá un premio: otro trozo de billete que, en este caso, se crea de forma espontánea y va a parar a la cartera del notario.

Como es lógico hay notarios de todo tipo. O mejor dicho, todos los notarios son iguales, pero los hay con motos eléctricas más veloces y otros con scooters viejas y lentas. Normalmente los notarios más rápidos son los primeros en llegar y los que confirman las transacciones, por lo que son los que más trozos de billetes ganan. Aunque eso tiene un problema: sus motos gastan mucha más electricidad que otras, por lo que no siempre les sale rentable. Depende de lo lejos que vengan y de cuánto cuesta la electricidad para cargar su rápida moto.

De esta forma, una vez que el notario ha llegado hasta la tienda y corroborado que le hemos hecho entrega de parte del billete al tendero, la operación queda finalizada. El tendero tiene ahora un trozo de mi billete, con toda la información de la transacción, y yo tengo mi trozo restante con la misma información. Pero ocurre algo importante: esa información que hemos escrito en los trozos del billete no se puede borrar, y cada vez que utilicemos un trozo de billete habrá que ir añadiendo la información de la nueva transacción, con lo que siempre se sabrá de dónde viene ese trozo de billete y para cuántas transacciones se ha utilizado.

Y ahora viene el caso real. El billete del ejemplo es en realidad un bitcoin. Cuando se paga con esta moneda se suelen emplear partes, ya que dependiendo de la cotización se abonará una cantidad mayor o menor. En este caso, para pagar las patatas al precio actual de la moneda virtual -9.000 €- deberíamos usar 0,00110 bitcoins.

Entonces se envía una solicitud de transferencia a la red que llega a los ´mineros´ -los 'notarios'- para procesarla. Los ordenadores -las motos- de estos ´mineros´ deben crear un código alfanumérico que verifique la transacción, y es por ello que cuanta más potencia de cálculo -velocidad- tenga el ordenador, mayores probabilidades hay de ganar la carrera por generar el código y ganar la recompensa: más bitcoins.

Peligro, criptomonedas en el aire

El Bitcoin es la criptomoneda más conocida, pero debido a su elevado precio han surgido a su alrededor muchas otras monedas virtuales que, aunque no aspiran a terminar con los bitcoins, si intentan aprovecharse del tirón de la primera.

No existe una criptomoneda mejor que otra ya que todas comparten la descentralización, es decir, en todos los casos son los usuarios los que provocan que se disparen hasta el mismísimo cielo o que se hundan en la más absoluta miseria.

Y ese es precisamente el mayor problema de las criptomonedas, y especialmente del Bitcoin: su volatilidad. Si echamos la vista atrás vemos como, en los inicios del Bitcoin, su cotización era muy baja. El 19 de julio de 2010 su precio era de seis céntimos de dólar. Casi tres años después, el 8 de abril de 2013 su precio había aumentado hasta los 143,91 $. Pero esas suaves subidas no duraron. Ese mismo año, entre octubre y noviembre, aumentó su valor un 660% en tan solo 40 días. Llegó a costar 979$.

Poco más de un año después, en enero de 2015, los bitcoins apenas costaban 230 $, volviendo a valores de años atrás. Pero el pasado año la cotización se salió de todas las gráficas y rompió todas las previsiones.

A lo largo de 2016 se produjo una suave subida que llevó al Bitcoin a cerrar el año con una cotización de 958,24 $. El pasado ejercicio fue de constantes subidas y el 5 de junio su precio era de 2.851 $. La cosa se animaba.

El verano pasado fue especialmente intenso para el Bitcoin. El 28 de agosto supuso un nuevo máximo histórico, situando al Bitcoin en los 4.672 $. Aunque lo mejor estaba todavía por llegar. El pasado 16 de diciembre, el Bitcoin marcó su máximo histórico: 19.343 $. La moneda virtual había subido de menos de mil dólares a casi veinte mil en menos de un año.

Pero lo que fácil viene, fácil se va. La sorprendente escalada del valor del Bitcoin ha sido precedida por un continuo descenso que a día de hoy continúa. El pasado 25 de enero, la criptomoneda cotizaba a 11.240 €. En poco más de un mes, la moneda que está llamada a cambiar la economía mundial ha perdido un 42% de su valor.

Esa enorme volatilidad, que la convierten en carne de especuladores sin escrúpulos, ha llevado a que algunos países ya estén tomando medidas. El gobierno de Corea del Sur anunció este mismo mes que tiene pensado bloquear la cotización de las criptomonedas para evitar la alta especulación que están sufriendo. Lo cierto es que no queda claro cómo lo podrán hacer -algunos hablan de ponerle puertas al campo-, pero el mero hecho del anuncio provocó un efecto dominó que hizo descender el precio de las monedas virtuales.

Además, el precio del minado de un bitcoin no es precisamente bajo. La enorme cantidad de electricidad necesaria para minar una moneda hace que en algunos casos no sea muy rentable. Según Elite Fixtures, minar un bitcoin puede llegar a costar hasta 26.170 $. Y es en Corea del Sur precisamente. Esto supone más del doble de lo que cuesta ahora mismo comprar un bitcoin. En el otro lado de la balanza nos encontramos con Venezuela, donde minar un bitcoin tan solo cuesta 531 $.

Y tratándose de electricidad, el coste no solo es económico, sino también ecológico. Actualmente, el minado de bitcoins en el mundo consume más energía que 159 países del planeta según PowerCompare. Ver para creer.