—Hace unos años hubo un boom y solo se hablaba de ciudades inteligentes pero parece que la cosa es enfriado un poco. ¿Cree usted que esa percepción es real?

—Bueno, quizás lo que no se ha modificado es la opción de avanzar en la dirección de una mayor intensidad tecnológica, de una mayor inclusión digital, en última instancia, que favorezca la convivencia. Es verdad que proyectos ambiciosos se han podido ver ralentizados.

—¿Y a qué cree que se puede deber?

— Fundamentalmente esto ha pasado como consecuencia de las restricciones presupuestarias que se han podido observar en algunos ayuntamientos y ciudades como consecuencia también de la menor cooperación con los proyectos municipales vinculados a las smart cities por parte de empresas.

—¿Y esta situación se ha producido en toda España?

—Quizá eso ha sido más visible en España porque en otras latitudes, al menos en el conjunto de Europa, lo que estamos observando es un impulso cada vez mayor. Y ya no se trata solo de unas cuantas ciudades emblemáticas las que asumen esos retos de abanderar las novedades tecnológicas, sino vehicular a través de ellos mismos una mayor inclusión, una mayor igualdad de oportunidades entre el conjunto de los ciudadanos. Yo creo que es una razón fundamentalmente presupuestaria.

—Parece que todo lo relacionado con las smart cities es algo muy a futuro que en realidad aporta poco o nada. ¿De qué forma puede ayudar una ciudad inteligente en el día a día de los ciudadanos?

—De entrada, las smart cities ayudarán a revisar, a replantearse, a cuestionar el urbanismo actual, en muchas ocasiones formulados al margen del bienestar de los ciudadanos. Yo creo que lejos de esa frivolidad aparente que se genera, lo que sí hay que destacar es que cuando en una institución municipal se hace un planteamiento por abordar las exigencias propias de una ciudad inteligente, se está cuestionando ya no solo la transmisión, la interlocución con el ciudadano, que es uno de los aspectos importantes, sino también los fundamentos de la convivencia, la calidad de esa convivencia. Y en último lugar la adecuación de las instituciones a las personas.

—¿Será necesario que haya ´ciudadanos inteligentes´ para que también existan las ciudades inteligentes?

—Se está partiendo de la base, cuando se hace un planteamiento de ciudad inteligente, de que el ciudadano también es inteligente, y de que alguna forma este toma un mayor protagonismo en ese nuevo ecosistema urbano que antes de que hubiera un planteamiento por construir una ciudad inteligente.

—¿Son las smart cities una utopía que jamás será realidad más que en las ciudades ricas?

—Para nada, entre otras cosas porque plantearse ir en la dirección de las ciudades inteligentes no es caro. Es un planteamiento que permite contemplar de forma amplia las exigencias de una mejor convivencia. Me atrevería a decir que es precisamente en las ciudades que historicamente han tenido mayores problemas de ordenación del espacio urbano, de hacinamientos, de distanciamiento del ciudadano, donde los resultados de esas políticas propias de la ciudad inteligente se dejan notar antes. Es más, en la medida en que la conformación de la ciudad inteligente no es un propósito de las autoridades, sino un propósito común en el que intervienen también las empresas de la ciudad y va vinculado no solo a la mayor dotación de tecnología, sino también a la mayor sostenibilidad, al mejor cuidado del medio ambiente, los resultados son más evidentes.

—¿Qué ciudades podríamos decir que son las que más avanzan hacia ese ideal de ciudad inteligente?

—Todas las del norte de Europa han asumido el compromiso claro de avanzar en esa dirección de ciudades inteligentes.

—¿Y en España hay alguna ciudad que vaya en esa dirección que menciona?

—En España tenemos el ejemplo más avanzado en Barcelona. También en algunas ciudades del País Vasco, como Vitoria. Pero insisto en que son exigencias o son requisitos los que se han planteado que no son aislados. Forman parte de un cuidado especial, de una atención diferencial por mejorar las condiciones de convivencia. No nos extraña nada que cuando vemos en Copenhague o en Estocolmo o en Oslo avances en la dirección de una mayor conectividad digital, de conformación de una red inteligente, de un mayor uso de los datos por parte de las autoridades, de una mayor comunicación de las autoridades con los ciudadanos, no nos ha de extrañar que previamente todas esas ciudades habían sido también pioneras en la consecución, en la definición, de exigencias medioambientales, urbanas, relativas a la densidad urbanística, al tráfico, a la prioridad del ciudadano frente a los automóviles, etcétera. Se podría decir que el componente inteligente no es sino la parte de un todo, una concepción holística de la propiedad de la ciudad. Por eso los casos que se manejan como ejemplo son aquellos en los que ha habido un planteamiento de gobernación de la ciudad más exigente.

—¿Podría ponerme un ejemplo de algo concreto que se esté haciendo en alguna de esas ciudades que me acaba de comentar?

—Claro. Un ejemplo es la posibilidad de información cercana en tiempo real de todos los servicios públicos. Otro atributo de la ciudad inteligente es la posibilidad de consulta de los administradores con los administrados también por vía digital casi en tiempo real. Un atributo propio de una ciudad inteligente es la disposición de redes urbanas, de la urbanización que se hace desde el primer momento pensando en la eficiencia energética, y en una eficiencia controlada digitalmente e informada a los ciudadanos también en tiempo real. Son inteligentes porque además de extender el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, de las posibilidades digitales a todos los ámbitos de la gestión municipal, también la aplican a dos propósitos que son básicos en las ciudades modernas: la sostenibilidad, es decir, el cuidado del medio ambiente en su acepción más amplia, y el carácter inclusivo, el carácter participativo de los ciudadanos en la información municipal, en la propia gestión municipal e incluso los ciudadanos en un entorno inteligente se sienten mejor y tienen la posibilidad de ser más frecuentemente consultados que en un entorno carente de posibilidades digitales. Ya no solo hablo de posibilidades como saber cuándo pasa el autobús o cuántos minutos faltan para que el autobús o el metro llegue a la estación correspondiente. Tiene que ver con las constantes, con los indicadores medioambientales. Tiene que ver también con la información relativa a la ocupación de las viviendas, con la dinámica democrática, y otras cosas.

—Parece que convertir una ciudad en inteligente es cosa de la administración, pero, ¿no tienen nada que decir las empresas privadas? ¿Y los operadores de telefonía?

—Claro. Y las empresas energéticas. Y las empresas de reciclaje, y las de descontaminación de residuos, y los propios ciudadanos, y las propias organizaciones vecinales. La iniciativa, como en cualquier otra política amplia y multidisciplinar ha de ser tomada por las administraciones municipales, pero en modo alguno la conformación de una ciudad inteligente es el resultado exclusivo de la actuación de los ayuntamientos.