La historia de la humanidad ha sido construida sobre la base de la conquista, la expoliación, la explotación de los recursos naturales hasta el agotamiento y en muchos casos, el genocidio y exterminación de pueblos, etnias y países enteros. Uno de los avances más claros y certeros para lograr estos objetivos, sin derramamiento (excesivo) de sangre, ha venido en las últimas décadas de la mano de la globalización. Ya no es estrictamente necesario invadir un país para hacerse con sus recursos naturales (alguien debería susurrárselo a Putin), sino que basta con externalizar la supervisión del expolio en manos de gobiernos títeres y beneficiarse de todas las ventajas sin enfangarse en el barro (como hacen los chinos liderados por Xi Jinping).

Los genocidios, muy en boga en la antigüedad, tanto por causas de conquista, como el de las tribus germanas de los téncteros y los usípetes exterminados por Julio Cesar y sus legiones (más de 150.000 según cálculos recientes), los Pictos que desaparecieron en las brumas escocesas a manos de los Vikingos, las tribus indias de la costa este de EEUU masacradas hasta su desaparición por ingleses, franceses, holandeses y todos los que llegaban haciendo eses; como por causas religiosas, como los musulmanes de Jerusalen pasados a cuchillo durante la primera cruzada, los cátaros y albigenses a manos de Simón de Montfort con el apoyo del Papado (Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos, Arnaldo de Amalric dixit), los Progromos contra los judíos en la Edad Media o el Holocausto mucho más recientemente, los Rohingyas birmanos, los aborígenes australianos cazados como bestias en el siglo XIX y tantos otros; por causas de recursos naturales, a manos de las potencias occidentales y en lo que básicamente consistía la colonización. No ha habido en la historia peor desgracia para un país no desarrollado que ser rico en recursos naturales, la codicia de los occidentales accidentales siempre se ha hecho patente en esas latitudes.

Pero cuando parecía que todo estaba inventado, me recorrió un escalofrío por la columna vertebral cuando leí hace apenas unos días que los chinos (hay que reconocer que los chinos son unos enemigos cojonudos, tanto para la realidad, la ficción, como las películas de James Bond) habían desarrollado un sistema para provocar lluvia artificial que también había sido experimentado con éxito en la desértica Dubai. Llámame ingenuo o llámame tonto (pero llámame please), pero el agua es un bien limitado y todo lo que llueva en Beijing, Shenzhen, Wuhan o Tianjin, dejará de mojar el suelo en las vecinas Hanoi, Laos, Bangkok, Kuala Lumpur o Singapur.

No voy a entrar ahora en la diferencia entre precio y valor y su traslación al agua y los diamantes que popularizó Adam Smith, pero si un producto como el agua que tiene un valor de uso muy alto y un nivel de trabajo necesario para conseguirla escaso, la convertimos en un diamante, que es un bien básicamente escaso, podremos intercambiarla por una gran cantidad de bienes, provocando así unos desequilibrios que generarán hambrunas, división, caos, guerra y muerte. Te voy a dejar seco, será una amenaza que asumirá un nuevo significado.

La próxima gran guerra (económica, espero) será por los recursos naturales más esenciales. Las grandes potencias, con los chinos como adalides, están tomando posiciones muy sólidas en todos aquellos países de África y América Latina que puedan garantizarles un suministro continuo y fluido de materias primas esenciales, no tan esenciales, metales raros, metales muy raros y todo aquello que les permita convertir el agua en diamantes. Y mientras Trump y los suyos con el América First, los supremacistas blancos, la banderita en el Jardín, el Tea Party y los Proud Boys y como quién oye llover (pero llueve en Beijing, no en Austin, Texas).

Cómo ya nos aleccionó Galileo Galilei (Galileu en catalán y Galilea pasado Puigpunyent en lo alto de las montañas) la tierra se mueve (Eppur si muove) y el que no quiera verlo o es un avezado terraplanista (como me gustan los terraplanistas) o un inmovilista que para el caso es lo mismo, pero con menos glamour. Para todos los demás, en las entrañas del marketing digital orientado 100% a resultados, encontraréis las claves para entender un mundo que evoluciona a toda velocidad y no espera a indecisos ni a rezagados (la ocasión la pintan calva).

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