Sin ser un experto en la materia, siempre he considerado que el ser humano tiene una capacidad bastante limitada para asimilar e interiorizar lo que acontece a su alrededor. Todavía recuerdo que a la temprana edad de once años contemplé atónito las primeras imágenes de una guerra. Corría el año 1980 y por la televisión pude adivinar tanques, misiles y dos ejércitos en combate. Por aquel entonces me resultaba difícil discernir si lo que miraba era ficción o realidad. Jamás antes había oído los nombres de Irán e Iraq, y las llanuras desérticas, desoladas y polvorientas sobre las que discurrían los bombardeos me indujeron a pensar que, en realidad, se trataba tan solo de una película bélica.

Recientemente, comencé a preguntarme a qué se debe la constante profusión de documentales sobre la Segunda Guerra Mundial. Según mis cálculos, la mitad de los filmes históricos versan sobre esta guerra, y si nos fijamos en cortometrajes sobre belicismo, la Alemania nazi acapara una mayoría insultante. He manejado diversas hipótesis, para finalmente concluir que toda esta ingente cantidad de referencias a una guerra ya centenaria obedece a lo que en Comunicación se conoce como “pantalla de humo”. Es decir, imponer un velo tan grande que eclipsa o impide ver más allá de la barrera visual impuesta.

Siguiendo esta particular y personal teoría se puede construir el siguiente silogismo: “La guerra como horror absoluto solo puede asociarse a la primera o Segunda Guerra Mundial. Cualquier otra confrontación ha de ser definida como simple batalla o conflicto, pero no como guerra en sí misma”. Pero ¿es esto verdad? Las estadísticas dicen rotundamente que no. Desde 1980 a hoy, según fuentes oficiales, se han producido más de 70 guerras, y si nos retrotraemos a 1950 casi 190. Pero, ¿quién se acuerda de la guerra de Libia, del Líbano, de Sudán, de los Balcanes, de Kosovo, de Vietnam, de Colombia, de Panamá, de Afganistán, Iraq, el Congo, Bosnia, Gaza, Siria…? Nadie. ¿Será entonces verdad que hay un efecto velo que destruye nuestra memoria individual y colectiva?

Hitler murió el 30 de abril de 1945. ¿Sabe Ud. cuándo murió Sadam Husein, llamado el carnicero de Bagdad? O ¿la fecha de la muerte de Muamar el Gadafi? El primero falleció en 2006 y el segundo hace apenas 10 años (2011). Entoncesm, ¿por qué nos bombardean a diario con documentales sobre nazis de hace casi 100 años?

Será que, si te muestran con insistencia lo peor de lo peor, lo malo va a parecer menor o secundario. ¿Se trata de la pantalla de humo o del velo oscuro que provoca parálisis social? Nos están diciendo: “No te quejes si estás mal, que aún podrías estar peor”.

Hablamos de la tiranía del miedo a la que solo se resiste Ucrania, frontera de nuestro continente, vecino amigo, país del gas y el cereal. La última víctima de una guerra sobre la que Europa calla.

Es posible que hayamos tergiversado las palabras del sabio y gran maestro que nos advirtió que “Yo soy yo y mi circunstancia”, Ortega y Gasset (1914); completó su célebre frase con la coletilla de “Si no la salvo a ella (circunstancia), no me salvo yo”. ¿Podremos entonces sobrevivir ciegos, sordos y mudos?

Reconozco que escribir este artículo me ha supuesto un dolor profundo. Inocentemente, siempre consideré pertenecer a una generación afortunada, la que solo vivió tiempos de Paz.

Desgraciadamente, es todo lo contrario, desconocía que mi vida ha transcurrido entre guerras encadenadas, silenciadas y minimizadas por documentales que tratan sobre hechos lejanos y ya centenarios. Reconozco que soy una víctima más de la información del velo, y por ello voy a tratar por todos los medios que mi hijo no viva su vida, como yo, ignorante “Bajo fuego cruzado”.

Solo deseo que todos juntos hagamos posible que un día una simple bandera blanca sobrevuele todo el planeta.