Desde tiempos inmemoriales los humanos nos hemos enfrentado al dilema que supone distinguir entre lo real y lo ideal. A diario escuchamos o decimos frases tales como “¡Por favor, abre ya los ojos!”. Esta simple y común expresión resume siglos de reflexión y pensamiento filosófico y nos advierte del peligro de considerar real lo que no lo es.

Es evidente que generación tras generación y durante miles de años, los humanos nos hemos visto obligados a adaptarnos a cambios climáticos, sociales, políticos, económicos y raciales. Sin embargo, estas transformaciones humanas se han producido históricamente de forma gradual y prolongada en el tiempo. Hoy, por el contrario lo que ayer nos parecía una certeza plena mañana debemos considerarla una mera quimera. Vivimos en el abismo.

Ya en el S. XVIII, Friedrich Heguel nos aleccionaba sobre que “lo que generalmente se llama realidad es considerado por la Filosofía como cosa corrupta, que puede aparecer como real, pero no es real eny por sí”. Así se siente Europa: desprotegida, aislada, pauperizada y desquiciada por la voladura de todos sus cimientos, que nos parecían sólidos y reales, pero que no lo son.

Tras la Guerra Fría, nos contaron que el Mundo se conforma de países pacíficos y democráticos. Sin embargo, como refleja el Informe anual del “Índice de Democracia 2020” publicado por The Economist; solo el 40% de la población mundial vive en “algún tipo de pseudodemocracia o régimen híbrido” y tan solo el 8,4% reside en una “democracia plena”. En sentido contrario, más de un tercio de la población mundial vive bajo un régimen absolutamente autoritario, como ejemplos China, Corea del Norte, Medio Oriente y las Áfricas del Norte y Subsahariana, sobre las que la Rusia de Putin ha decidido sobresalir, para desgracia de todos.

También nos vendieron que la Globalización iba a aportar equilibrio, desarrollo y paz. Bajo este patrón deslocalizamos nuestras empresas y desapareció nuestro tejido productivo, lo que incrementó nuestra dependencia exterior y perdimos garantía de suministros básicos como pudimos percatarnos durante la fatídica Pandemia. Una vez más no quisimos aceptar la realidad, que no era otra, que ese movimiento transnacional estaba promovido, impulsado y planificado para el exclusivo beneficio de las grandes multinacionales, pero en caso alguno para el de los Estados y sus ciudadanos.

Otra aparente realidad convertida en quimera es la forzosa cohabitación entre la economía productiva y la financiera, amparada esta última en una alocada y permanente huía hacia delante por la insostenible política económica mundial irreverentemente sustentada un sistema monetarista, en flagrante bancarrota. Pero no teman, ya hemos encontrado la solución a nuestros pequeños problemas gracias a los activos virtuales y a las criptomonedas. Habitaremos en magníficas villas lunares con vistas a la Tierra y comeremos frutos virtuales de los frondosos bosques digitales. Será real “Que somos lo que queremos ser” o más bien “que por no saber no sabemos lo que somos ni lo que queremos ser…” Ud. puede decirme ¿Qué es Europa?.