La hecatombe se cernía sobre el orbe del Fútbol. La efímera y autoproclamada aristocracia del soccer había decidido que si algo va mal puede ir peor. Los doce discípulos de Murphy habían acordado que lo mejor era aplicarse, cuanto antes, aquello de “sálvese quien pueda y tonto el último”. La cuestión es tratar de dilucidar si se trataba de una legítima rebelión o bien de una oscura traición, y en este caso contra qué o quiénes. Que sea la afición quien dicte sentencia.

“El Objetivo” según las declaraciones del Presidente fundador era única y exclusivamente el dinero. En dos claras vertientes; aumentar los ingresos a corto plazo y garantizárselos de forma vitalicia con absoluta ajenidad e independencia de sus logros deportivos. El deporte profesional está expuesto y condicionado por dos grandes fuentes de ingresos: los derechos audiovisuales y el marketing. De esta forma los beneficios dependen fundamentalmente de ganar campeonatos que den prestigio individual y colectivo al Club, y por extensión a sus jugadores y símbolos icónicos que aumentan la venta de unos y otros de manera exponencial. En una competición cerrada y con un reparto de ganancias predeterminado, sin relación alguna con el mérito o demérito deportivo contraído, el beneficio expectante es prácticamente lineal y absolutamente exento de riesgo. En definitiva, se trata de transformar lo que ayer era deporte en mero espectáculo.

Hay que reconocer que si cualquiera de nosotros fuera empresario del fútbol y nos invitaran a una fiesta sempiterna con bacanal de millones seguramente nos hubiéramos sentido tentados. Sin embargo, cabe plantearse si realmente tendríamos derecho a ello ¿ no creen ?

Lo cierto es que se mire como se mire la competición nonata no es tal si no que se trataba de una escisión voluntaria y arbitraria de otra superior y de carácter histórico con todo lo que ello implica. Así es. Cabe plantearse desde una perspectiva amplia si estos doce ídolos caídos estaban en condiciones de poder llegar a obtener 4.000 millones de euros sin la base actual de los cerca de 3.000 millones con los que ya cuenta la propia competición gracias a su gestión, evolución y progresión desde 1955 hasta la fecha de hoy o dicho de otro modo estaría por ver si los doce fundadores sin el valor acumulado por la propia competición desde su origen y también por el valor histórico de sus marcas, que derivan precisamente de los méritos contraídos durante más de un siglo, estarían en disposición o no de obtener ese rédito. 

En segundo término, cabría analizar en qué posición hubieran quedado los desposeídos o sea todos aquellos equipos excluidos y que de una forma u otra han invertido dinero y esfuerzo durante casi cien años para reforzar sus plantillas y así fortalecer la competitividad tanto del campeonato doméstico como del continental convirtiendo el fútbol europeo en lo que es y vale hoy. ¿ Es posible aceptar que todo este capital y sacrificio centenario pertenezca de repente y por autoproclamación únicamente a doce empresas ?

“La Causa”: afirmar que el cisma generado no obedece a otra razón que la mera supervivencia económica del fútbol es en sí mismo una auténtica sinrazón. No parece muy convincente que si los equipos más ricos del planeta - algunos de ellos auténticos clubes-estado - necesitaban apropiarse de la recaudación de los derechos audiovisuales de una competición oficial y abierta para su propia y exclusiva consolidación económica pudieran beneficiarse, de ello, los que poca o ninguna posibilidad tienen de entrar en el club de la élite. En el mejor de los supuestos ¿Quién dictaminaría cómo y por cuánto se va a realizar el reparto? En una competición cerrada con exclusión del 97% de las Ligas oficiales ¿ Quién podría confiar en una justa equidistribución de los “excedentes” en todo el ámbito europeo? 

“El Futuro” según la efímera oligarquía del fútbol europeo existe un creciente desinterés de los jóvenes por el fútbol, y ello obedece al actual formato competitivo basado en la meritocracia. Sin embargo, se hace difícil asumir que una Liga que reduce al 3% la representación de todas las ligas europeas aumente el interés de todos aquellos jóvenes ciudadanos sin representación local e identitaria directa en la propia competición. 

“El Momento” elegido para la sublevación se antoja desde todos los prismas como el peor de los posibles. En plena pandemia, con la generalizada pauperización no sólo del fútbol sino de toda la sociedad, tras casi dos años de estadios sin público, con la obligada necesidad de ser tremendamente solidarios, de compartir y ceder en pos del beneficio general, en el inicio de las semifinales de la Champions, en el momento álgido de las Ligas nacionales y en el periodo habitual de las finales de Copas, cuando se está debatiendo sobre como reestructurar la Eurocopa de selecciones para favorecer la asistencia de aficionados realizar una afrenta como ésta a todos los aficionados del continente es – en mi opinión – un ninguneo aberrante e inaceptable para todos aquellos que aman y se apasionan por este deporte.  

“El Veredicto” ha sido pronunciado y aceptado mientras escribía estas líneas: culpables de todos los cargos. Sin necesidad si quiera de medidas institucionales los autoproclamados salvadores del olimpo del fútbol se han convertido, por sus propios actos, en auténticos ángeles caídos que deberán afrontar el bochorno, la vergüenza, el deshonor y la ignominia que por su vanidad han causado a sus respectivos clubes, rescatados en última instancia por la rápida reacción de sus legítimos propietarios, sus aficionados.

“La Sentencia” aguarda ahora a los subversivos. No seré yo quien se irrogue la “autoritas” de tan siquiera llegar a insinuar en qué debería consistir la merecida condena. No. 

Como les dije al inicio, que sea la afición quien dicte Sentencia.