Poco o nada podemos añadir a la discordia generada por un virus que ha arrasado con las bases de un sistema político, social y económico incapaz de encontrar una solución plausible para un conflicto que por desgraciada amenaza con traspasar sus consecuencias a futuras generaciones.

Sin lugar a dudas la progresiva y generalizada pauperización a la que estamos siendo obligados, como único mecanismo de defensa ante una guerra de intereses entre la muerte y la vida, comienza a manifestar sus consecuencias y desavenencias.

Nos enfrentamos al dilema entre simplemente 'ser' o 'ser lo que queremos ser'. Por primera vez comenzamos a plantearnos sí vivir sin medios propios de subsistencia es mejor o peor que morir por enfermedad, se llame como se llame. 

Cada día se hace más extremo y complejo hablar sobre qué hacer con un problema que lejos de mostrar su paulatino desvanecimiento, se propaga cada vez más con nuevos nombres y mayores dígitos. En plena vacunación ya nos hablan de la cuarta ola y entretanto, seguimos encerrados bajo la prohibición de hacer lo que siempre hicimos. Prosperar.

Sin un mando único, con medidas cambiantes hora por hora, con diferentes tratamientos para un único problema, los ciudadanos ya no sabemos qué hacer. Creer o no creer esa es la eterna cuestión. 

Dicen que el Pueblo siempre tiene la razón, al menos en democracia. Llegados a este punto considero que más antes que después, de seguir así las cosas, el Pueblo deberá libre y legítimamente decidir cómo vivir y cómo morir. Confiemos que la prometida solución despliegue sus benefactores efectos por el bien de todos nosotros. Si no fuera así, decidamos todos.