En pleno aniversario de la funesta pandemia la gran mayoría nos sentimos aturdidos y desconcertados por la improvisación e incertidumbre que nos rodea. Incapaces ya de discernir entre solución y amenaza, nos mostramos incrédulos hacia cualquier posible escenario positivo que - de forma casi inmediata - queda aniquilado bajo la aparición de una nueva cepa o rebrote local o internacional. Los ciudadanos nos sentimos aplastados por un círculo vicioso que nos paraliza y nos impide proyectar nuestras vidas más allá del nuevo día.

A pesar de este desolador contexto social seguimos buscando de forma instintiva mecanismos de supervivencia biológica, económica y laboral. Nos hallamos repentinamente, de forma individual y colectiva, ante el gran reto de la mera sobrevivencia. Llegados a este punto apenas nos resta aplicarnos ese principio evolutivo ya consuetudinario que plantea como refugio - físico y psicológico – “la necesaria adaptación de los seres vivos a su entorno”. La cuestión esencial, ahora, es determinar con urgencia a qué entorno nos referimos: si al pre-pandémico, al pandémico de largo plazo o al post-pandémico. Nuestro apego a lo conocido nos vincula indefectiblemente a nuestro pasado más cercano; sin embargo, la razón nos proyecta hacia una era de larga pandemia y la intuición a la necesidad de reinventarnos como sociedad y a reorganizarnos globalmente para minimizar los daños irreversibles que - en cualquiera de los casos – ya adivinamos en una economía planetaria lastrada indefinidamente por el maléfico coronavirus en cualquiera de sus múltiples manifestaciones.  

En cualquier toma de decisión y en especial en la vinculada a la estrategia empresarial existen cuatro elementos indispensables para su buena práctica: información, conocimiento, comprensión y análisis. Resulta palmario que ninguno de estos elementos nos acompañan a la hora de encarar un problema ignoto, indescifrable y fuera de toda lógica como es el nacimiento y evolución de una pandemia que - lejos de ser controlada - se rebela de forma implacable bajo nuevas formas y nombres cada vez más vulgares, pero no por ello menos letales. Gobiernos, empresarios y ciudadanos estamos bloqueados, en igual forma, para adoptar decisiones que nos permitan vislumbrar un futuro mínimamente optimista. 

Frente a este holocausto de la razón y la predictibilidad socioeconómica y con el fin de disipar el desamparo y la involución progresiva a la que nos somete el virus asiático, los mandatarios europeos nos presentan el CEAP como la vía más corta y segura de cara a la recuperación - por lo menos parcial - de nuestro estatus pretérito para la era post-pandémica. El denominado Plan de Acción para una Economía Circular se nos plantea no como una opción sino como un auténtico mandato. Tal es así que sus potenciales beneficios pueden tornarse en mayores males para aquellos que por negligencia o simple desidia decidan incumplir sus principales principios rectores. No en vano lo que está en juego es, ni más ni menos, que nuestra capacidad de resiliencia personal y social.

Tres son los ejes fundamentales de esta Planificación para la recuperación económica europea. A saber: “Producción” sostenible de bienes y servicios con especial atención y control sobre su diseño, procesamiento, niveles de toxicidad y otras externalidades negativas. El segundo eje se centra en el “Consumo” con especial énfasis sobre la decisión o elección final del consumidor garantizando que éste reciba una información veraz y leal sobre la cadena de producción del bien o servicio a contratar y como tercer pilar se establecen los principios rectores sobre la gestión de “Residuos” con una profusa atención a la prevención, la reutilización, el reciclaje y su valorización energética. En definitiva se trata de una revisión histórica y ambiciosa sobre la creación, el uso y el desuso de todo aquello que nos rodea y en todos y cada uno de sus posibles ámbitos de influencia.

En clave local, con un modelo económico eminentemente turístico, cabe destacar la innegociable focalización de la Comisión europea sobre la solución de cuatro cuestiones fundamentales que desgraciadamente nos resultan intrínsecamente endémicas: la progresiva desaparición de los plásticos, el gran y desconocido problema de los residuos alimentarios, la cuestión de las materias primas críticas y en particular de los residuos electrónicos y, por último, los residuos derivados de la construcción y los procesos de demolición que, a escala europea, son uno de los mayores problemas y retos a solventar según la exposición de motivos del propio Plan comunitario. 

Parece evidente que la Comisión Europea, ante la imposibilidad de acción y decisión social o privada, ha determinado e impuesto unilateralmente como deber ser y será nuestro entorno socioeconómico tras la pandemia. Así mismo nos invita a cumplir y a participar en su plan de transición de cara a fomentar la reactivación económica de la zona euro bajo una profunda reestructuración - vertical y horizontal - de nuestro sistema productivo a fin de garantizar su futura sostenibilidad y resiliencia, en una era y en un entorno global que hoy ni tan siquiera vislumbramos.

Sea como fuere conviene recordar las palabras de Darwin resumidas en el principio: “adaptarse o morir” y es que en mi opinión lo que nos presagia el mañana poco o nada tiene que ver con lo que vivimos ayer. Ahora que ya conocen el Plan de Ruta. ¿ Me acompañan ?