Nuestra percepción del concepto Turismo se ha visto violentamente modificada por la nefasta irrupción de la COVID 19 en la sociedad global. Durante décadas el debate sobre la actividad turística se centraba sobre el desarrollismo urbanístico, el obligado sobredimensionamiento de los sistemas generales en los territorios receptores, los modelos de calidad o cantidad, el agotamiento de recursos naturales, la generación de empleo y riqueza económica y el posicionamiento de los distintos destinos en competencia. En definitiva, una visión maniquea entre los beneficios y las externalidades negativas de una actividad industrial con gran peso específico en la economía europea y en mayor medida en la de nuestro archipiélago balear. No en vano esta industria representa el 10% del PIB de la UE e integra más de 2,4 millones de empresas que, hasta hoy, de forma excluyente se consideraban como el ecosistema turístico. A saber: sector hotelero, sector restauración y ocio, operadores del sector y transporte.

Hoy esta visión reducida de lo que integra la actividad turística ha quedado superada y obsoleta por la presencia, desde hace apenas un año, de la tan denostada pandemia. Efectivamente así se declara de forma explícita en todos los textos de organismos oficiales nacionales e internacionales relativos al turismo post-pandémico. Sirva como referencia el “Informe la COVID-19 y la Transformación del Turismo” publicado por las Naciones Unidas que proclama que “este es el momento decisivo para reconducir a los Organismos de Desarrollo Sostenible (ODS) y ajustar al turismo los mecanismos necesarios para un futuro más resiliente, inclusivo, neutro en carbono y eficiente en el uso de los recursos”. De idéntica forma se manifiesta el “Programa Comunitario para relanzar el Turismo europeo” cuando declara que “la crisis actual supone una oportunidad para aumentar la resiliencia de la industria turística y consolidar la transformación verde y digital del turismo de la UE, manteniendo nuestro liderazgo mundial”.

A tenor de lo expuesto es evidente que los grandes expertos están ampliando el ecosistema turístico a nuevos vectores y operadores especializados que, según las proyecciones, determinarán la necesaria adaptación de los actores y destinos tradicionales a los retos ya impuestos por la emergencia climática y que se han redoblado lamentablemente a consecuencia de la emergencia sanitaria.

Cuestiones erróneamente consideradas antaño como residuales y peyorativamente denominadas como “meros intangibles” se manifiestan ahora como hechos diferenciales en la carrera competitiva entre los distintos destinos en su reapertura tras la era COVID. Así pues, expertos como Andrés Jaque nos advierten que “estamos frente a una enorme transformación planetaria que no va a estar unificada” advirtiéndonos sobre el riesgo de apostar “por un modelo nostálgico que sólo busca la creación artificiosa de aparentes burbujas de eliminación del riesgo” en vez de realizar una apuesta certera “por ciudades y territorios plenamente descarbonizados, que incorporen un alto grado de biodiversidad, con diversidad socio-económica que contribuyan a generar regiones de calidad ambiental con modelos no contaminantes”. En palabras de Rosa Domínguez: el turismo tendrá que pasar forzosamente por la sostenibilidad para recuperarse. No sólo porque la crisis lo está forzando sino “porque las nuevas generaciones de viajeros ya son diferentes” según apostilla la citada autora.

Parece evidente que de forma unánime se está exigiendo incorporar al ecosistema turístico un modelo energético 100% renovable con alta participación del autoconsumo por parte de los grandes actores de la industria, el transporte y la movilidad sostenibles, la Digitalización y el reforzamiento de las políticas de Defensa Ambiental, de Salud Pública y salubridad social, de proyección del Paisaje, la Biodiversidad y el entorno natural como mecanismos de reactivación eficiente del Turismo como palanca incuestionable de formación de empleo y de generación de riqueza para su entorno más próximo.

En 2008, coincidiendo con la inauguración de mi primer desarrollo de planta solar fotovoltaica y también la primera en conectarse al sistema eléctrico insular, organicé probablemente uno de los primeros Eventos sobre TURISMO SOSTENIBLE que se celebró en la Cámara de Comercio. Debo reconocer que los ilustres ponentes invitados pasaron un mal rato ya que entonces este concepto era más bien difuso y se confundía con modelos vacacionales menos convencionales. Gracias a mantener el contacto con todos ellos puedo garantizarles que los mismos ejecutivos, hoy, son plenamente conscientes de lo que representa la apuesta por la sostenibilidad y se han convertido en auténticos precursores y pioneros en integrar estos principios esenciales en el ADN de sus empresas como herramienta fundamental para preservar su liderazgo y competitividad. Estoy convencido que si cunde su ejemplo todos podremos beneficiarnos del nuevo ecosistema turístico diseñado para reactivar nuestra economía tras la Era COVID.

En mi opinión todos somos turistas y todos somos destino, sólo falta saber si elegimos, tanto en lo primero como en lo segundo, ser individual y colectivamente sostenibles.