El catedrático Benigno Pendás (Barcelona, 1956) preside la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y también la asociación de los Cursos de La Granda. Nació en Cataluña, pero se considera asturiano de pación. Acaba de terminar su explicación sobre el papel actual de la República de China en el mundo, que es el asunto central del seminario que la asociación que dirige programó en la jornada de ayer. Antes de tomar el café de media mañana, en la terraza del hotel Palacio de Avilés, sede estival de los seminarios que fundó hace 45 años el profesor Velarde, conversa con LA NUEVA ESPAÑA, de Grupo Prensa Ibérica.
¿China ya es la contrapotencia de Estados Unidos?
Se está acercando a esa posición desde hace tiempo, pero todavía la gran potencia son los Estados Unidos. Sobre todo en un terreno que, al final es determinante: el militar. China invierte muchísimo en defensa; en fuerzas armadas, la superioridad de los Estados Unidos es incalculable. La economía china crece y crece, aunque se está estancando. Esto plantea la pregunta de si se puede seguir creciendo sin libertad económica, ni libertad de investigación. El capitalismo chino es muy suyo: para sus amigos, para los prebostes del Partido Comunista y las empresas que, aunque tengan disfraz privado, son todas públicas. Nos encontramos ante un protagonista de la historia universal al que conocemos muy mal. Mi objetivo con este curso es que tratemos de entender su mentalidad, que es muy distinta a la nuestra.
Desde que el mundo es mundo, siempre hay una potencia y su contraria.
Desde luego que sí: Atenas y Esparta. En nuestra juventud vivimos un mundo en el que, por un lado estaban los Estados Unidos y por otro, la Unión Soviética. Nos parecía que eso no iba a cambiar nunca. Bueno, al final, la URSS cayó como un castillo de naipes. Es evidente que habrá siempre una contraposición: España y Francia; el Reino Unido y Holanda... Lo importante es que al final se puede encontrar una forma de convivencia. Henry Kissinger habló de esto hace muchos años y desarrolló la idea de que las relaciones económicas –el comercio, la industria– ayudan mucho a suavizar las tensiones políticas. Por ejemplo, China nunca va a dejar de reivindicar Taiwán, pero una cosa es reivindicar y otra pasar a la acción.
China exportó a Occidente su versión particular del comunismo: el maoísmo.
El maoísmo tuvo una magnífica prensa entre la izquierda europea de los setenta.
¿En ese maoísmo estaba implícito este capitalismo tan particular?
No, no. Lo que ha habido ha sido un cambio realmente muy notable: Mao es un hombre de su tiempo que, en primer lugar, era un gran nacionalista. Para él la humillación de China ante las potencias occidentales del siglo XIX era algo que había que superar. Eso le importaba decisivamente. Y luego él tomó del marxismo aquellos elementos que le podían diferenciar de la Unión Soviética. Felizmente, nunca hubo buena relación entre Moscú y Pekín. Hubiéramos tenido un grave problema. Mao fue víctima de su propia retórica porque chocó con una realidad terrible: el Gran Salto Adelante que tanta hambre provocó. Cuando muere él comienza una nueva etapa, la de Deng Xiaoping, que se diferencia mucho de la anterior. Se abre la economía, vamos a comerciar, vamos a crear empresas. En definitiva, vamos a ir al capitalismo sin tocar la política autoritaria. Es la gran novedad de la China.
Se lo ha preguntado antes, pero no me lo ha aclarado. ¿Se puede ser comunista y capitalista al tiempo?
Como digo siempre: no me gusta ser profeta. A medio plazo las libertades políticas son imprescindibles para el progreso de las económicas.
China ha conseguido hacernos dependientes de su manera de producir, por ejemplo, camisas.
Es mucho más barato hacer productos en China. Camisas, ordenadores, teléfonos... China, en el fondo, está explotando materias primas en África en una acción típica colonial. También en América Latina, cosa que antes no sucedía. Desplaza incluso a Estados Unidos y a España, que es un inversor importante en la zona. Luego está eso que ellos llaman la Nueva Ruta de la Seda: el ferrocarril que va del Pacífico hasta Portugal parando en todas las capitales europeas. Esto lo está haciendo muy bien. Sin embargo, ¿podrá mantener este ritmo de crecimiento sin libertades? Yo espero y deseo que no.
¿Europa hace bien dejando pasar el acero chino producido sin la regulación que la UE exige a las grandes fábricas?
La libertad es mejor que la tiranía, sin lugar a dudas, pero también tiene su coste. La libertad económica significa que el mercado está abierto y que puede venir a competir aunque, efectivamente, no jueguen con las mismas armas: en China no hay derechos sindicales, no hay regulación mínima, ni siquiera de los productos, la contaminación es espectacular... pero el mercado europeo está abierto.