La incertidumbre actual es casi palpable. Ha pasado un año desde que empezamos a oír hablar de la Covid-19 y sigue siendo difícil realizar pronósticos precisos, incluso a una semana vista. Por ello, instituciones de gran prestigio como el FMI, el BCE o la OCDE tienen que revisar sus previsiones repetidamente, ante un entorno cada vez más exigente y cambiante.

Las perspectivas, pues, parecen poco halagüeñas. Sabemos que la recuperación no será rápida. Y que esta inestabilidad, de duración e intensidad aún inciertas, convivirá con un futuro que sí se está fraguando a gran velocidad. Sabemos, también, que esta no es una crisis cualquiera. Es una crisis transformadora, que actúa como catalizador de distintas fuerzas de cambio que estaban ya en marcha. Y que, además, desencadenará nuevas tendencias perdurables, como la sostenibilidad de cualquier proceso de producción; la digitalización de todos los ámbitos de la economía (teletrabajo, comercio electrónico...); y la necesidad de reforzar la atención a sectores como los de la investigación biomédica y la salud global.

Esta foto fija puede resultar, cuando menos, desconcertante. Pero nada es irremediable, y también la incertidumbre se puede gestionar. De ahí mi convencimiento de que superaremos las dificultades del presente. Está a nuestro alcance, al alcance de todos, revertir la situación para conquistar un futuro mejor.

Debemos tener toda la confianza en ello. Y ser conscientes de que estos meses serán decisivos para lograrlo, a diferentes niveles. La gestión de los fondos del Plan Europeo de Recuperación es un buen ejemplo de ello. Esta gestión será determinante para que España encare con las mejores garantías el mundo que vendrá después de la pandemia. Por ello, la concreción de estas ayudas requerirá de consensos políticos amplios y de altura de miras.

Durante estos meses decisivos, también hay que estar muy atentos al impacto social derivado de la pandemia. Porque es evidente que la crisis ahondará determinadas brechas sociales ya existentes. Combatir estas desigualdades precisará de visión y proyectos a largo plazo, pero no podemos demorar una respuesta contundente y de país ante un reto de tal calibre.

En este contexto de creciente complejidad, la misión de la empresa y de los empresarios, directivos y emprendedores adquirirá una importancia singular. Estamos en una coyuntura determinante para que las compañías redoblen sus esfuerzos y hagan más patente su compromiso con la sociedad y con la sostenibilidad del planeta.

En palabras de la filósofa Adela Cortina, "la empresa del futuro será social o no será". Esta es, sin duda, una de las fuerzas de cambio que ha acelerado la pandemia, situando la inversión sostenible y socialmente responsable como el nuevo paradigma corporativo del siglo XXI. Cada vez más, el beneficio empresarial será indisociable de la utilidad social. Y toda aquella organización que viva de espaldas a la sociedad en la que opera y que no haga suyos los problemas e inquietudes de los ciudadanos estará, está ya, condenada al fracaso.

En esta misma línea, la transformación acelerada en que estamos inmersos resulta idónea para sentar las bases de un nuevo liderazgo transformador. Los gestores, en todos los ámbitos y sectores, deben aprender a vivir en la incertidumbre, a afrontar los problemas con determinación y a saber aplicar medidas transformadoras a tiempo.

El reto que tenemos por delante puede parecer abrumador, pero superarlo está en nuestras manos. Manos que, como dejó escrito Séneca, "han de estar dispuestas a ayudar. La sociedad se parece a una bóveda, que se desplomaría si unas piedras no sujetaran a otras, y solo se sostiene por el apoyo mutuo".