´Domine dirige nos´ es el lema del escudo draconiano de la City. Quien reparte obligaciones cada mañana, tarde y noche –la franja horaria de Londres le permite seguir las sesiones de Wall Street, Madrid, París y Frankfurt, y asistir a la apertura de los mercados asiáticos– no es ninguna fuerza todopoderosa sino, en su mayor parte, gigantescas instituciones bancarias internacionales, fondos de las mayores fortunas norteamericanas, europeas y del Medio Oriente, y las corporaciones de la industria globalizada.

Sin olvidar las carteras de inversión de los gobiernos, de grandes estados y pequeños municipios. La presión, la intimidación y la rivalidad son casi tan impresionantes como las ingentes torres de cristal y acero donde alojan sus oficinas.

Ya en el año 2004, Robert Hare, profesor de la universidad canadiense de British Columbia, indicó en su estudio sobre las dinámicas de trabajo en el sector de los servicios financieros que el ambiente inversionista y de las bolsas induce a los profesionales a transformarse en "depredadores sociales. Donde se acumula el poder, el prestigio y el dinero de manera descontrolada, las actitudes predatorias saltan y provocan estrés, causa principal del deterioro de la salud mental de la plantilla".

Assio Rastani, la cara afilada del lazarillo desaprensivo, pudiera ser el reflejo del lado oscuro de los corredores de bolsa ordinarios. Pero a ellos, ¿quién los ha hecho así? V.J. londres