Irlanda se encuentra asfixiada con un déficit presupuestario del 32%. Aun así el Gobierno no quiere tragarse el jarabe medicinal que le ofrece Bruselas en forma de miles de millones de euros. Dublín, que teme que su imagen salga dañada, apuesta por su propia capacidad.

Cuando el comisario europeo de Asuntos Monetarios Olli Rehn visitó la semana pasada Irlanda y tras una larga jornada de trabajo quiso darse una buena comida, por lo visto se le presentó un problema. En el mejor restaurante de Dublín no quedaban mesas libres. Los periodistas en Irlanda cuentan con fruición la anécdota. Mientras en Bruselas los estrategas del euro debaten intensamente sobre una posible ayuda millonaria para el maltrecho país en el noroeste del continente, la vida en Irlanda continúa su curso. El gobierno irlandés apenas daba abasto para desmentir cada una de tales informaciones. En Dublín se teme que la impresión de que el país no es capaz de lidiar con sus propios problemas pueda dañar durante años la imagen de emplazamiento económico.

A diferencia de Portugal, Irlanda arroja unos datos coyunturales positivos. Las exportaciones aumentan, la producción industrial no deja de crecer y la tasa de desempleo comienza a caer. Irlanda, cuando todavía era el ´tigre celta´, fue previsora y creó una sólida base económica. Reduciendo al mínimo los impuestos el gobierno atrajo a inversores, muchos de EE UU.