Fútbol

Bienvenidos al país más feliz del mundo

Nunca Argentina había visto tanta gente en las calles y tanta alegría compartida. El país de la debacle económica y cíclica bajó el domingo la cortina de sus frustraciones y se entregó a unas horas mágicas tras el triunfo en el Mundial

Aficionados argentinos celebran el domingo en la plaza del Obelisco de Buenos Aires el triunfo de su selección en el Mundial.

Aficionados argentinos celebran el domingo en la plaza del Obelisco de Buenos Aires el triunfo de su selección en el Mundial. / Efe

Toni Cabot

La plaza del Obelisco abrió sus brazos para abrazar la fiesta más esperada. Nunca Argentina había visto tanta gente en las calles y tanta alegría compartida. El país de la debacle económica y cíclica bajó la cortina de sus frustraciones y se entregó a unas horas mágicas. Desahogo catártico, felicidad sin límites, el tercer título mundialista de la Albiceleste convirtió además a Lionel Messi en un ídolo indiscutido. Los títulos en Argentina 78 y México 86 generaron una conmoción popular, pero no celebraciones de la envergadura de los vividos esta vez. Reinó, además, el buen rollo. Postales de un país en estado de éxtasis.

Bienvenidos al país más feliz del mundo. Emociona relatar este festejo. Imposible prepararse para él. Rebosa de felicidad el pueblo argentino. Todo emoción, todo lágrimas. Todo es reconocimiento para este equipo que genera tanto sentimiento de pertenencia. Entre la tarde del domingo y la madrugada del lunes, un millón y medio de personas tomaron las calles de la capital argentina. 

El McDonald’s más famoso del país resiste estoico el mejor final. Los colectivos se desvían. Para las 15 horas el tumulto ya tapiza por completo el cruce de Corrientes y 9 de Julio; una gigantesca arteria que conecta el norte y el sur de Buenos Aires y que los argentinos presentan como la más ancha del mundo. En una boca del metro donde pasa de todo me encuentro a Analía, una ex compañera de la radio que se acercó desde el barrio de Morón hasta el centro con su hijo y su perro (ambos ataviados con ‘la diez’, de Messi uno, de Maradona el otro). Le pregunto por esta sensación única que se respira, que contrasta con la realidad de un país con una inflación anual de un 80%. Analía, embriagada de felicidad, subraya el concepto, infravalorado tal vez, de ‘alegría colectiva’: «¿Hace cuánto que no la sentís? ¿Hace cuánto no la sentía en este país donde hasta para respirar hacemos una grieta? Abstraerse por un rato es salud mental. Abstraerse no es negar, de hecho, lo hacemos todos los días. Sino ¿Cómo sobrevivimos? ¿Cómo sobrevivimos si no nos abstraemos? No nos roben la alegría» (un intento de respuesta hacia los discursos moralistas por el Mundial).

Luisa y Ricardo, dos venezolanos que llegaron hace poco más de dos años al país, se abrazan con Analía (sin conocerse), y se suman a los festejos. «Se me contagió toda esta energía positiva de la gente, es una cosa impresionante», comenta Ricardo, birra en mano. Mientras, su amiga, visiblemente emocionada, se hacía eco del júbilo general: «Gracias por estos días llenos de magia y fiesta popular, gracias, Argentina».

Tantos «Elijo creer» (uno de los eslóganes de los aficionados de cara a Qatar) que pasaron de fe a verdad rotunda. Y la forma más argentina de contarla es a viva voz. «Que de la mano de Leo Messi toda la vuelta vamos a dar», «el que no salta es un inglés», y «dale, campeón». De fondo bocinazos y «ole, ole, ole, ole, ole, ola, soy argentino, es un sentimiento, no puedo parar», que se escuchaba por toda la ciudad, al igual que el ‘hit’ de este Mundial: «Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar». 

"Se me contagió toda esta energía positiva de la gente", comenta Ricardo, un venezolano

La Copa se fue con quienes más la deseaban. Esos fueron Argentina y un Messi poseído, cuya determinación se veía desde hace muchos meses. La ilusión estuvo a cargo de la hinchada albiceleste, con sus millares de seguidores en las gradas, que le pusieron música, letra y color al Mundial. En casa, 47 millones de puños apretados. No es extraño que Messi naciera en el país que nos regaló a Di Stéfano y Maradona, el país que más ama al fútbol. La primera estrella se llamó Kempes, la segunda se llamó Maradona, la tercera, la más esperada, se llama Messi.

Un poco más felices

«Se nos dio muchachos. Somos un poco más felices que ayer, de por vida. Piénsenlo, es así. ¡Un poco más felices de por vida!!», gritaba un señor que por edad y formas parece más cercano a la idolatría a Maradona que a Leo, pero que continuaba con el ‘speech’ «Gracias Leo, gracias Messi por estas alegrías». Luego se lamentaba: «Messi podría llegar a liderarnos al Mundial 2026, una lástima que se ha acabado todo. En el cielo Diego y en la tierra Leo».

No se ha acabado, todo lo contrario. Nada más comienza. Y es para siempre. De la misma forma que hay canciones que no duran cuatro minutos, sino todo el verano, y textos de Bukowski que no ocupan una página, sino el universo entero, hay jugadores que te cogen de la mano y ya no la sueltan. Messi y el argentinismo se dan, por fin, el abrazo eterno.

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