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Fútbol

Qatar 2022. Desde mi sofá: Este Barça-Bayern no terminó, al menos, con la goleada de costumbre

Sergio Busquets hace un gesto de aprobación durante el partido del domingo contra Alemania. Efe

Todo el mundo, incluido, cómo no, el propio Luis Enrique y sus soldados sabían, intuían, que no iban a ganar todos los partidos de este Mundial por 7-0, entre otras razones porque ‘la roja’ no había conseguido ese resultado nunca en la historia de la Copa del Mundo. Y, sobre todo, digámoslo ya de entrada porque no es lo mismo llevar limpio, impoluto, el escudo de Costa Rica grabado sobre el corazón, que llevarlo coronado, adornado, merecidamente reluciente con cuatro estrellas como las que luce Alemania.

Yo, personalmente, que cuando oigo el nombre de Alemania pienso que es el país europeo (y del mundo) al que España ha de pedirle permiso para (casi) todo, que recuerdo que Gary Lineker define al fútbol «como ese deporte que juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania», que pienso que ese gigante herido, aunque venga de unos años miserables de fútbol, siempre es temible, le tenía mucho miedo a este partido. Y, al final, resultó que volvió a ser un acto impecable de presentación de lo que dice Luis Enrique, que «de miedo no vamos a morir». Otra cosa (lo siento) es ganar el Mundial.

Xavi, en la tribuna

También pensé, la verdad, al ver las alineaciones que esto podía ser una repetición de los últimos Barça-Bayern de Munich de Champions y, entonces, sí que me puse a temblar, pues en la tribuna estaba, como un qatarí más (así lo recibieron nada más llegar) Xavi Hernández, el entrenador azulgrana. Y es que L.E. alineó seis de sus barcelonistas (Alba, Gavi, Pedri, Busquets, Ferran Torres y, finalmente, Balde) y Hansi Flick, otro ex de los campeones de Munich, a siete: Neuer, Kimmich, Gnabry, Goretzka, Müller (vaya partitido se cascó el veterano, de malo, claro), Musiala y, finalmente, Sané.

Los barcelonistas jugaron mucho mejor que cuando pelean vestidos de azulgrana en la Copa de Europa

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Pero, mira por dónde, de nuevo los barcelonistas jugaron (en campo internacional) muchísimo mejor que cuando pelean vestidos de azulgranas por la Copa de Europa. Es decir, que el partido, afortunadamente (no sé si para el Barça, pues la comparación es odiosa y todo el mundo se pregunta por qué y nadie obtiene respuesta) no acabó con las goleadas que se han repetido en los últimos años en la gran competición por clubs del Viejo Continente.

Es evidente, cristalino, transparente, que éste sí fue un partido para creer en la selección española y no la goleada ante Costa Rica. Aquí no solo había enfrente cuatro estrellas sino un equipo muy serio y necesitado. Angustiado, que, al final, pudo ganar (y perder) y que vio la luz para salvarse y seguir en el campeonato de la mano de uno de los futbolistas más desconocidos de la Bundesliga, un tal Niclas Füllkrug, un gigantón del Werder Bremen, que hace nada jugaba en Segunda División y que para no abandonar «el club de toda mi vida» aceptó rebajarse la ficha en un tercio «porque con ese dinero mi familia puede vivir estupendamente y yo puedo ayudar al club de mis amores».

Ya me lo decía mi amigo Carlos, arquitecto español instalado en Berlín después de pasar unos años en Nueva Zelanda: «Aquí la derrota ante Japón sentó a cuerno quemado, porque la gente no le tiene demasiada fe a esta selección. Los alemanes están muy, muy, muy inquietos porque el Mundial se dispute en un país como Qatar, carente de libertad y donde no se respetan los derechos humanos. Están preocupadísimos por la guerra de Ucrania, por el precio de la electricidad, por la carencia de gas y, ahora, desde hace unas semanas, por el repunte, tremendo, del Covid-19. Y, claro, si su selección empieza fallándoles, casi se olvidan de ella».

Pero Alemania, que empezó estando en manos de España (una derrota la enviaba a casa y pudo perder, sí, pudo perder) y, tras el empate del domingo, sigue estando en manos del ejército de Luis Enrique (de ahí que Rudiger le pidiese, por favor, a su compañero Carvajal que no fallasen y derrotasen a Japón, en la última jornada), plantó cara, volvió a ser el equipo fuerte, contundente, bien armado, correoso y peligroso que, sin las estrellas de otros años, siempre tuvo posibilidad de sobrevivir a otros excelentes 80 minutos de España, a la que le faltó cuajo, experiencia, pillería y arte para, en los últimos diez minutos, evitar que Alemania le empatase.

España demostró que está en el siguiente escalón en la pirámide de favoritos, donde Brasil y Francia están por encima de todas

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Eran cuatro estrellas contra una. Demasiadas. Pero España volvió a demostrar, esta vez con mayores argumentos porque el rival era de peso, de gran historia, que está en el siguiente escalón en la pirámide de favoritos, donde, posiblemente, Brasil y Francia estén por encima de todas y, luego, vengan España e Inglaterra y algo más atrás, sí, Argentina, si es que se acaba de recuperar, Marruecos, Croacia y alguna más, ya menor, sí.

Todos decían, empezando por L.E., y es cierto, que Alemania ha querido imitar, en los últimos años, el juego, el estilo, la posesión, casi el tiki-taka de España y que, en el aprendizaje, ha perdido parte de su esencia y raíces. Cierto. Es más, tanto España como Alemania jugaron con falso 9, Asensio y el inútil Müller. Y no deja de ser curioso que, al final, los goles, el 1-1, fueron obra de los dos 9 que salieron desde los banquillos, Álvaro Morata, orfebre y magistral en su tanto, y el nuevo héroe alemán, Niclas Füllkrug, de 29 años, que por poco desgarra las redes de Unai Simón con el que es, de momento, el disparo más potente del campeonato, seguro.

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