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Fichajes

Rivaldo, o cuando 'Patapalo' costó 4.000 millones de pesetas

Era agosto de 1997, el año uno en el Camp Nou sin el marciano Ronaldo - El plazo para cerrar fichajes se echaba encima y no había más tiempo para dar una respuesta

Chilena de Rivaldo en un partido ante el Valencia. Jordi Cotrina

Llegó a Barcelona sin botas, obligando a un amigo a presentarse un cuarto de hora de antes de su debut en el Gamper ante el Sampdoria con ellas (sábado, 16 de agosto de 1997). Sin botas y sin dormir. Se pasó dos noches enteras sin conciliar el sueño. Justo después de que recibiera una llamada desde Barcelona cuando estaba participando con el Deportivo en el tradicional trofeo Teresa Herrera. Colgó Rivaldo el teléfono (jueves 14 de agosto) y se reunió en la habitación del hotel de A Coruña.

Era agosto de 1997, el año uno en el Camp Nou sin el marciano Ronaldo: "El Barça te quiere, tienes tres o cuatro horas para decirme si vienes o no. Van a pagar tu cláusula de 4.000 millones de pesetas" (unos actuales 24 millones de euros). El plazo para cerrar fichajes se echaba encima y no había más tiempo para demorar una respuesta.

Estaba en la habitación con Mauro Silva, el primero que le vio la cara de asombro nada más separarse del auricular del teléfono. De inmediato, llamó a Rose, su esposa, para informarle de la situación y después, como reveló al periodista David Espinar en sus memorias ‘Rivaldo, la victoria sobre el destino’, comunicó a Josep Maria Minguella, el agente que utilizó el Barça en la operación, sus exigencias.

Eran altas teniendo en cuenta, además, la fortuna que invertía el club azulgrana para sacarlo del Deportivo. Pero el jugador, mientras charlaba con Mauro Silva, no tenía duda alguna. O me dan esto o no me voy. Minguella habló con Núñez y 40 minutos más tarde marcó, otra vez, el número de la habitación de Rivaldo.

Promesas incumplidas

"El Barça acepta, ahora subirá a tu habitación el intermediario brasileño que te llamó por vez primera y te llevará un documento para que lo firmes y sea enviado inmediatamente por fax", le dijo al futbolista sin saber que ese documento ejercía de contrato real, aunque después, ya en el Camp Nou, "fue un poco engañoso porque se habían cambiado muchas de las cosas que yo había pedido, rebajando algunas cantidades".

Salió furtivamente de Galicia. Iba a tomar un avión en A Coruña, pero optó por hacerlo de madrugada desde Santiago, y al aterrizar en el Camp Nou nada era como le habían prometido. Y, además, no podía volver a su casa gallega. Se quedó en el Barça, convencido de que la palabra de Núñez de que le mejoraría el contrato (o lo adecuaría a lo firmado en aquella habitación de hotel), se cumpliría.

Primero Anderson; luego, Rivaldo

Pero nunca fue así, germen de lo que sucedió después con un brasileño introvertido, dueño de una zurda exquisita, capaz de dejar goles inolvidables, además de un rendimiento soberbio en la elite. Vino al Barça porque Ronaldo, que no quería irse, fue empujado a marcharse, al entrar en conflicto sus agentes (Martins y Pitta) con Núñez.

Al comprobar también el club que la apuesta por el ‘pistolero’ Sonny Anderson era poco fiable. Y eso que el Barça invirtió 3.000 millones de pesetas (18 millones de euros actuales) y le colocó una cláusula de 15.000 millones de pesetas (90 millones de euros).

Era el inicio de la primera ‘era Van Gaal’. Bastó un ajustado 3-2 al Skonto de Riga, un anónimo equipo de Letonia, en la ida de la ronda previa de la Champions en el Camp Nou para que Núñez, en el año uno sin Ronaldo ("les habría salido más barato renovarme", dijo el entonces jugador del Inter luego), soltara una fortuna para despertar a Rivaldo y traerlo a Barcelona.

Infancia compleja

Aquí llegó un brasileño distinto. Nacido en Recife, aunque con seis años se fue Beberibe, un barrio de la ciudad de Paulista. Pernambucano él. Del Noreste. Un niño que tuvo cada día que vivía una dura prueba de supervivencia. No hay apenas fotos de su infancia.

Era el mediano de cinco hermanos, castigados todos por la muerte de Romildo, su padre. “Era pobre, pero feliz”, confesó en su libro autobiográfico, revelando los problemas de nutrición que vivió en esos primeros años. No había dinero para comprar. Ni tan siquiera comida.

 Con 11 años, y tras cuatro horas de escuela, vendía pastelitos y pequeños bocadillos en la puerta de otro colegio distinto al suyo. Y cuando llegaba la época de Carnaval, Rivaldo y sus hermanos llenaban una nevera pórtatil de bebidas.

La venta ambulante como manera de sobrevivir siempre persiguiendo una modesta pelota de plástico que le abrió la puerta del mundo a ‘Patapalo’, desengañado como estaba porque algunos entrenadores no supieron apreciar el enorme talento que atesoraba ese cuerpo esmirriado, que poseía una zurda de ensueño.

La muerte de Romildo, su padre

Marlucia, su madre, le convenció, apenas dos semanas más tarde de la muerte de su padre, atropellado por el autobús de la línea 033 de la compañía Veracruz en una calle de Recife, a que acudiera a una prueba. Rivlado se enteró del fallecimiendo de Romildo casi 24 horas más tarde y por la radio, presa como estaba toda la familia de la angustia.

Jugó siempre por la memoria de su progenitor hasta convertise en el mejor jugador del mundo, besando el Balón de Oro (1999), obteniendo el FIFA World Player (1999) e integrando la triple R (Ronaldo, Ronaldinho y Rivaldo) que cosió en el pecho de Brasil la estrella de campeona del mundo (2002).

Formó la triple R (Ronaldo, Ronaldinho y Rivaldo) que le dio a Brasil su última estrella de campeona del mundo y se peleó con Van Gaal porque entendía que el talento no puede quedar supeditado a una libreta

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La última estrella conseguida gracias a ‘Patapalo’, ese brasileño que huía de la dictadura de la libreta de Van Gaal convencido de que el talento nunca puede ser prisionero de la táctica. El mismo ‘Patapalo’ que voló en el Camp Nou para firmar la más bella chilena jamás vista en ese estadio. No dio título alguno, pero sí una felicidad máxima.

El ‘Patapalo’ que volvió hace ya una década en silencio a la ciudad donde alcanzó la cima para sentarse en las escaleras del Monasterio de Pedralbes  y charlar con EL PERIÓDICO, diario integrante del grupo Prensa Ibérica al igual que este medio. "Tengo un Mundial y he sido el mejor jugador del mundo, pero mi mayor trofeo ha sido conocer a Dios", confesó orgulloso del hijo de Romildo y Marlucia.

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