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Tour de Francia 2022

El Tourmalet: seis horas de espera para 20 segundos de Tour

El estruendo de la curva anterior anuncia que Vingegaard y Pogacar están a punto de llegar pero desaparecen tan rápido que apenas tienes tiempo de verlos.

Tadej Pogacar y Jonas Vingegaard, camino de Peyregudes.

Mucho, pero mucho, ha de gustar este deporte para estar horas y horas al borde de la carretera para ver pasar a los astros del Tour y luego desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Hagamos la prueba. Desde la curva del fondo se empiezan a divisar los coches rojos, los de los comisarios, que anuncian que los primeros clasificados de la etapa están a punto de llegar. Luego aparecen las motos, hasta el punto de preguntarte si tantas son necesarias y que si las contamos casi hay más que ciclistas pedaleando con un dorsal en la espalda. Y después llegan tres ciclistas: uno viste de amarillo (Jonas Vingegaard), otro de blanco (Tadej Pogacar) y por delante de ellos un chaval de Arizona que se llama Brandon McNulty y que ha surgido como actor de reparto en el último suspiro montañoso de este Tour.

¿Contamos el tiempo entre que llega el trío y se esfuma en la siguiente curva? ¡Hagan apuestas! ¡No va más! Han transcurrido 20 segundos, ni uno más, ni uno menos. Y si encima te has liado con la tontería de no vivir esos instantes en vivo y en directo y no has acertado con el botón del móvil que tenías que apretar para conseguir la foto de tu vida, entonces la experiencia con el Tour ha terminado como un gatillazo, apaga y vámonos, porque te has quedado sin foto y sin haber visto pasar a los héroes de la Grande Boucle.

La caravana publicitaria

Por 20 segundos, ni siquiera un minuto, 20 segundos -repito- 20 segundos, te has pasado seis horas en una cuneta de la carretera, afortunadamente con la temperatura algo más suave que la sufrida el martes con la ronda francesa en plan tropical camino de Foix. Has visto pasar la caravana publicitaria, te han llenado de regalos, has podido contar, hasta perder la cuenta, la cantidad de coches acreditados que circulan antes de que lo hagan los corredores y los gritos ensordecedores que llegan desde la curva anterior han anunciado que ya están aquí, Vingegaard Pogacar. Pasan a tu lado, a 40 por hora, y de repente te das cuenta de que ya no están, se han ido y oyes los alaridos que proceden de los aficionados que se han colocado en el siguiente viraje.

Por esos 20 segundos de gloria has dormido toda la noche en el interior de tu coche, has superado embotellamientos y ya no digamos si ha tocado ir detrás de una autocaravana, muy bonito si vas en su interior, pero la sufres cuando la llevas delante y no hay forma humana de poderla adelantar.

Los amigos del ciclismo

Has hecho amigos, porque aquí no se discute de si eres del Betis o del Sevilla, aquí todos aman el ciclismo, todos son apasionados del Tour y solo desean que esos 20 segundos se conviertan en una eternidad.

Por lo menos, durante la noche, a la intemperie o con un saco de dormir buscando la postura buena, que enseguida se acaba, por muy grande que sea el coche, esos amigos han sacado sus cervezas, su vino, sus licores y la velada se ha convertido en una fiesta con una único tema de conversación: ¿será capaz Pogacar de tumbar a Vingegaard y arrebatarle el jersey amarillo?

Luego existe la otra posibilidad, la de madrugar, un montón de kilómetros para llegar justo en el momento en el que la gendarmería está a punto de cerrar la carretera para pasar seis horas -el promedio oficial que estipula el Tour- y vivir esos segunditos de gloria donde no hay tiempo ni para gritar el nombre de los protagonistas si no has querido estropearlo todo con una foto imposible.

Un poquito de entretenimiento

Lo cierto es que luego llega el grupo de Geraint Thomas, más tarde el de Nairo Quintana Enric Mas y a partir de ahí corredores desperdigados durante media hora hasta que aparece Fabio Jakobsen que lucha desesperadamente para salvar por 15 segundos el fuera de control. Al menos, de este modo, todos los espectadores que se han apuntado a la experiencia tendrán algo que contar al regreso.

Entonces solo falta que llegue la orden de la gendarmería para abrir la carretera. Rápidos, todos al coche, que hay que ser los primeros, pero nunca se consigue ser los primeros porque enseguida se forma un embudo de mil demonios en el primer pueblo camino de la autopista, por ejemplo, Arrau, y todos los vehículos quedan detenidos un buen rato, 10, 15, 20 minutos... una eternidad antes de arrancar la marcha. Luego te adelantan por la izquierda las furgonetas de la gendarmería, que han hecho su trabajo y que se van para casa con la sensación de que dejan la carretera sin barrer y un ‘bouchon’ alucinante.

Has vivido el Tour y es entonces cuando invade una sensación de felicidad, como cuando se sube un puerto en bicicleta, cuando se sufre desde la primera rampa. Sin embargo. cuando se corona la cumbre todo se olvida y hasta te sientes feliz porque has hecho una gesta, la de haber estado seis horas por lo menos esperando la fugaz llegada de los líderes de la ronda francesa. Pero amas el Tour y volverás al año que viene, seguro.

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