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Ciclismo

El Tourmalet: Induráin reina 27 años después

La localidad de Mende, donde el pentacampeón del Tour pudo perder el jersey amarillo ante Laurent Jalabert en 1995, recuerda al ciclista navarro como si fuese un héroe, un 'enfant' de Francia

Miguel Induráin, homenajeado en la localidad francesa de Mende. S. L.-E.

Hay una cosa de Francia que siempre llama la atención. Cuidan como pocos sus monumentos: un pueblo pequeño, una gran catedral. Es impresionante. Muchas personas creen que conociendo París conoces Francia, pero que lejos de la realidad. Cada región es totalmente distinta, en sus construcciones, en su forma de vivir o ver las cosas. Las diferencias entre el norte y el sur son tan grandes o iguales como las que hay entre un habitante de Bilbao y un vecino de Ayamonte.

Sin embargo, Francia, de norte a sur, del Atlántico al Mediterráneo pasando por el Macizo Central, en el caso que ocupa ahora con la ciudad de Mende, cuida a sus héroes de una forma espléndida. Si un alcalde, o por qué mirar el cargo, si un vecino fue ejecutado por los nazis, tiene su estatua o su calle. Es alucinante. Los vecinos, ‘les enfants de la patrie’ muertos en acto de servicio en la Primera o en la Segunda Guerra Mundial, son recordados con sus nombres en un monumento que siempre se erige en la principal plaza del pueblo, por pequeña que sea la localidad y con afortunadamente el menor número de bajas bélicas.

Los héroes de un país

Por todas estas largas razones no resulta extraño que los héroes del Tour alcancen la denominación de figuras nacionales. El jueves por la mañana ante la puerta del hotel de Alpe d’Huez donde durmió Romain Bardet, ahora cuarto de la general, una muchedumbre lo esperaba con los teléfonos y con el clásico bloc de autógrafos a que saliera por la puerta antes de que se metiera en el autobús, con la esperanza de que pudiera detenerse y hacer realidad los sueños de los seguidores franceses.

Para los franceses es tan grande y tan importante destacar en el Tour que les importa un carajo -perdón por la expresión, pero es así de real- el lugar donde hayan nacido las leyendas de su carrera. Lógicamente ellos prefieren que uno de los suyos gane en París, algo que no ocurre desde que Bernard Hinault lo consiguió en 1985. Y ahora tampoco están para tirar cohetes, con cero victorias de etapa y en números tan negativos como los que tienen otros dos países de clásica inspiración ciclista como son España e Italia.

Así que no resulta extraño que Mende, una localidad del Macizo Central que dispone de aeródromo y que tiene una catedral más grande que casi todo el pueblo, se volcase con el Tour y durante días estuviese pensando cómo recompensar a los héroes de la patria ciclista.

Y colocaron, a modo de homenaje, unas plataformas con enormes fotografías de todos aquellos que en las cinco ascensiones previas a Mende habían triunfado o destacado en la ascensión hasta su aeródromo. Amnistiaron a Lance Armstrong pero, sobre todo, recompensaron a Miguel Induráin para aflorar los recuerdos de un tiempo inolvidable, duro en trabajo, pero enorme en resultados, como fueron los cinco triunfos en París.

El ataque de Jalabert

Mende era Induráin, con fotografías en las que aparecía, evidentemente vestido con el amarillo que ahora lleva Jonas Vingegaard, subiendo en grupo, respondiendo a un ataque de Marco Pantani, en solitario con ese genial estilo que tenía sobre la bici, o bien subido al podio recogiendo el premio de estar un día más al frente de la general del Tour de 1995.

Y, ojo, porque no hubo etapa en los años en los que no se ponía el sol Induráin en la ruta del Tour, en que el astro navarro lo pasase tan mal como con el ataque de Laurent Jalabert, hoy comentarista de la televisión francesa, en Mende. Estuvo contra las cuerdas, mucho peor que cuando se fugó Claudio Chiappucci, en ruta hacia Sestrieres en el Tour de 1992.

Jalabert corría en el equipo ONCE y hasta saltaron las alarmas en España porque los vendedores del cupón se quejaron de que perdían ventas y que la gente estaba enojada, injustamente enojada, por la ofensiva de Jalabert, con el uniforme de la Organización Nacional de Ciegos, contra el ídolo de un país entregado a sus pedales.

En Mende, en el mismo lugar que finiquitó aquella legendaria etapa, hoy solo se recuerda a Induráin vestido de amarillo, con sus compañeros de pleitos, como ahora son Vingegaard y Tadej Pogacar, pero lejos de recordar que en 1995 pudo producirse una derrota que el pentacampeón del Tour salvó de milagro. Y casi con la misma satisfacción de haberse encontrado a Induráin de carne y hueso en vez de perfectamente recordado con magníficas fotos como héroe del Tour y de paso de toda Francia.

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