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Tenis

La batalla de las superficies, 15 años después

El 2 de mayo de 2007 el Palma Arena acogió un duelo único, una exhibición entre Rafel Nadal y Roger Federer en su máximo apogeo, en una pista que era mitad hierba, mitad tierra

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El duelo más atípico entre Nadal y Federer

Fue definida como la madre de todas las batallas. Y la verdad es que el invento no decepcionó. Solo por los protagonistas de la denominada Batalla de las Superficies, valió la pena asistir al duelo entre Rafael Nadal y Roger Federer, que con 21 y 26 años, respectivamente, se encontraban en el apogeo de sus carreras. Uno era el rey de la tierra, el otro el de la hierba, sin discusión. Los números avalaban al mallorquín y al suizo. 

Resultaba curioso para el mundo del tenis saber cómo se desenvolverían los jugadores con una pista mitad hierba, mitad tierra, y cómo se adaptaba cada tenista al trastorno del constante cambio en la forma de juego en superficies tan diferentes. Cómo llegaría la pelota desde el otro lado de la red. Y la verdad es que los dos jugadores hicieron las delicias de un público que llenó el Palma Arena para ser testigos de un acontecimiento único, tanto que no se ha vuelto a celebrar en ningún otro lugar del mundo.

Federer era el número uno del mundo. Acudió a la cita con su gran rival sin conocer la derrota en hierba en los últimos cuatro años, una racha de 48 victorias, con ocho títulos, entre ellos cuatro torneos en Wimbledon. Nadal, segundo en el ránking ATP en aquella época, sumaba 72 victorias seguidas en tierra y estaba a un mes de conquistar su tercer título en Roland Garros, precisamente ante Federer.

Nadal se impuso por 7-5, 6-4, 7-6 (10). El doble campeón de Roland Garros hizo valer la estadística que presidía por aquel entonces sus emparejamientos personales en partidos oficiales frente al indiscutible número uno del mundo, al que dominaba 7-3 tras el último triunfo del manacorí en la final de Montecarlo. Poco después el helvético conseguiría su primera victoria sobre el mallorquín en superficie de tierra, al ganarle en la final del torneo de Hamburgo y rompiendo una racha de más de ochenta partidos invicto. Era un tiempo en que estos dos jugadores se enfrentaban cada dos por tres, siempre en finales. Se impuso Nadal en la de Roland Garros en junio y, un mes después, Federer se impondría por segunda vez consecutiva al manacorí en la final de Wimbledon, un año antes del primer triunfo de Nadal en la hierba londinense en el considerado por muchos mejor partido de todos los tiempos.

El evento no estuvo exento de problemas. El césped que se instaló en un primer momento no estaba en condiciones de acoger el partido y obligó a la organización a buscar e instalar nuevos paneles de hierba a toda velocidad para imitar a la de Wimbledon.

La particularidad del partido obligó a algunas diferencias con respecto a un encuentro normal. Así, los cambios de cordaje eran más frecuentes, los de zapatillas constantes, y el jugador que disputaba sus puntos sobre la hierba se mostraba en clara desventaja ante la rapidez y el bote más alto de la bola sobre el que lo hacía en tierra batida, con más tiempo para preparar los golpes y defenderse desde el fondo de la pista.

El encuentro fue todo un acontecimiento mediático, retransmitido por televisión, que muy pocos quisieron perderse. Las 7.000 entradas puestas a la venta se agotaron para asistir a un duelo celebrado en una pista que necesitó de veinte días para su instalación, con un coste de más de un millón y medio de euros.

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