Si piensas que tu identidad carece de valor, prueba a perderla. Durante décadas se ha acusado de xenófobos y traidores a los mallorquines que denunciaban la aberración de que la mayor parte de la isla se encuentre en manos de extranjeros. De repente, los titulares de la prensa catalana se inundan de las expresiones «marabunta alemana», «invasión germana» o «profanación del Camp Nou». Bienvenidos a la realidad cotidiana de Mallorca, incluidos los excesos, borracheras, vómitos y tocamientos que en la isla se llaman «recuperación económica» cuando proliferan en la Playa de Palma o Magaluf.
La «invasión» comparada posee algunas particularidades, en detrimento de la isla. Los burgueses barceloneses se han aterrorizado por el «desembarco» de treinta mil alemanes en pie de juerga. Esa cifra llegará cada día a Son Sant Joan, desde hoy mismo hasta finales de octubre. Y una consideración espaciotemporal relevante establece que la ocupación durante dos horas del graderío del estadio no puede compararse con la apropiación del territorio. En Barcelona fueron visitantes esporádicos, aquí son dueños permanentes, gracias a las políticas entusiastas de políticos nacionalistas que les construyen autopistas para facilitar el entreguismo.
No hay que despistarse con la evidencia de que el club blaugrana conocía de antemano la «marabunta», aunque tal vez pensaba que los alemanes van al fútbol de traje y corbata. Ni desviarse hacia la constatación de que el Barça no gana sin Messi y el PSG no gana con Messi. Incluso un presidente de Colegio de Arquitectos provinciano pudo captar el jueves en qué consiste la desnaturalización de un territorio, a cargo de quienes solo lo emplean como sumidero. O como inversión, que queda más fino. La vergüenza es que hasta un mallorquín necesita que la barbarie se enseñoree de Barcelona, para entender lo que sucede en la isla. Con la diferencia de que Cataluña se avergüenza, y aquí se reincide. A diario.