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ANÁLISIS

Una obra maestra no tiene resultado

El tamaño importa, pero tiene un límite. Estratosférico, gigantesco o monstruoso son adjetivos exagerados para la mayoría de espectáculos, pero se quedan cortos ante el Djokovic-Nadal de anoche. Hay momentos en que el lenguaje no da para más, ni tirando de los clásicos ni estirando el diccionario.

La obra maestra confeccionada a dos manos por Djokovic y Nadal fue tan perfecta que el resultado pasa a segundo plano. ¿Quién ganó la Capilla Sixtina, Miguel Ángel o el papa Julio II que estimuló su creatividad con todas las zancadillas imaginables? Lo mismo sucede con el despliegue de una violencia estilística inusitada, brindado por dos tenistas que se odian a muerte, animadversión que redunda en beneficio de la afición.

Lo más impresionante de la velada es que Djokovic estaba dispuesto a perder con Nadal. El serbio no necesita la tierra batida para proyectarse como el tenista con más Grand Slams, y por el bien del circuito estaba dispuesto a ser sojuzgado por el impenitente vencedor de Roland Garros. Sin embargo, el partido impuso su propia lógica. Cuando un artista se embarca en una fase de creación enloquecida, obtiene resultados inesperados. Esta regla se sigue cumpliendo cuando son dos los oficiantes, máxime en el papel de antagonistas.

Es insuficiente afirmar que Nadal y Djokovic, como hermanos menores de Federer, han catapultado al tenis a niveles de intensidad que nunca pudo imaginar. En realidad, han propagado su virtuosismo a todas las disciplinas. No existe un solo deportista profesional que no haya interiorizado el carácter de uno de estos grandes maestros, que han contagiado por tanto a todas las disciplinas atléticas.

Nadal debía demostrar a Djokovic que ni jugando al cien por cien tenía garantizado el pasaporte a la final. Pero si esta artimaña fallaba, y el serbio seguía coqueteando con la perfección, se llevaría el partido. Así ocurrió, aunque el ganador estuvo a punto de desistir. Comparen con la otra semifinal desvaída, que creo que se jugaba entre los denominados Tsitsipas y Zverev, pero tampoco me hagan demasiado caso. La buena noticia, para quienes llevamos veinte años de adicción, es que ya queda menos tiempo para que volvamos a desengancharnos del tenis. Va siendo hora de dedicarse a actividades de provecho.

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