Fútbol
Amar a Maradona
Un periodista mallorquín, testigo directo de la despedida de Argentina a su gran ídolo fútbolístico, cuenta su vivencia y la locura que se vivió en el adiós a una figura icónica en el país latinoamericano
Toni Cabot Lamas
Maradona es un niño prodigio que a principios de los 70, cara embarrada y sonrisa canalla, mira a la cámara y dice que su sueño es jugar un Mundial y salir campeón. Pensemos en la potencia de la imagen de un nene pobre de una villa miseria del gran Buenos Aires que tiene un sueño desorbitado y que luego va y lo cumple. Veintitrés años después, la Universidad de Oxford nombra a ese nene "Maestro Inspirador de Sueños".
Si bien el golpe retumba en todas las latitudes, la zona cero de la pasión de Diego se situaba en los enclaves más célebres de la capital argentina. Decenas de miles de fieles pasaron por la Plaza de la República a llorar y cantar por aquel que durante más de dos decadas fabricó las esperanzas de un país. Los devotos ya copan la geografía Maradona. La Boca, Villa Fiorito, La Paternal, El Obelisco. En cada uno de ellos, la multitud convierte la tristeza individual en catarsis colectiva. La Plaza de Mayo, que en extensión hace unas cuantas de Cort, quedó desbordada desde la víspera del velatorio. Los incondicionales hacen fila para ingresar al salón de la Casa de Gobierno donde descansa el ídolo mundial. La estampa es única, y si acercas el foco es dificil no conmoverse.
"No me importa lo que hiciste con tu vida, me importa lo que hiciste con las nuestras"
"Se nos fue el tipo que nos hizo felices después de perder 600 pibes en las Malvinas", cuenta Juan, un hombre entrañable con la figura imponente del clásico parrillero argentino y destilando en cada frase la sensación de que sus mejores días ya pasaron. Viene desde el barrio de Mataderos y es hincha de Nueva Chicago. Lleva tatuado en la espalda a tamaño real 'la albiceleste' y lo cruza el apellido Maradona con la tipografía del mundial 94, "de cuando nos cortaron las piernas en Estados Unidos. De cuando conocimos la efedrina. De cuando puteamos a la FIFA. De cuando lloramos con Diego. Podíamos salir campeones".
El número -el 10- ocupa el resto de la espalda de Juan. Es el icónico 10 de México 86. "De cuando le ganamos a los ingleses. De cuando le robamos a Dios. De cuando salimos campeones. De cuando fuimos felices con El Diego".
Si la inmortalidad es el superpoder más solicitado, Diego, el ser humano en exponencial, lo ansió más que nadie. Cada mueca, cada frase, cada partido y cada regate fueron flechas dirigidas a la memoria perpetua de la gente. "Diego será uno de esos personajes que nunca mueren. Ha sido inmenso y por encima de todo hizo feliz a la gente", afirma el presidente del país, Alberto Fernandez, quien a la vez califica de "increible" que la muerte del ídolo haya ocurrido un 25 de noviembre, el mismo día del fallecimiento del mayor referente político de Maradona, el líder cubano Fídel Castro.
"Se nos fue el tipo que nos hizo felices después de perder 600 pibes en las Malvinas"
El sol ya atiza y la Plaza de Mayo, punto ya de por sí cargado de simbolismo, se ha convertido en un mosaico de velas, altares, instalaciones y lamentos desde las vísceras rumbo a las alturas celestiales. Todavía faltan un par de horas para que el velatorio se haga caos. Enfrente de la Casa Rosada velaba firme hasta hace unas horas la plana mayor de la 12, la 'barra' de Boca Juniors. Portan sus bombos, trompetas y banderas, y despliegan el amplio repertorio de canciones maradonianas. Como telón de fondo acompaña (colgada de la verja de la sede del Poder Ejecutivo), esa mítica pancarta que resume el sentimiento de la gente hacia esa figura llena de máculas, llena de barro. "No me importa lo que hiciste con tu vida, me importa lo que hiciste con las nuestras".
Maradona se distinguió sobre todo por hacer feliz a la gente. Se le adora porque de todos los dioses posibles era el único terrenal, dicen. Aquel que tras hacer auténticos milagros y tocar el cielo, ipsofacto caía al infierno. Caía y lo reconocía, asumía sus imperfecciones. "Que este amor no se termine nunca", le suplicaba a los cincuenta mil de la Bombonera el día de su despedida, en 2001. "Me equivoqué y pagué pero la pelota no se mancha". La pelota no se manchó pero Maradona sí lo hizo, y durante los próximos lustros y de forma periódica se fue paseando por toda la gama de despropósitos posibles.
"La gente siente que le devuelve un poco de lo que tanto nos dio", explica Sofia, una mujer de unos 50 años que sostiene un poster viejo del pelusa a la altura del pecho, como si eso pudiese protegerla de las bolas de goma que la Policía de la Ciudad empezaba a sacar a pasear. Durante unas horas el homenaje fúnebre había sido emotivo y cuidadoso, con la cautela propia de una ciudad en plena pandemia. Con la decisión de la exesposa, Claudia Villafañe, de que la ceremonia concluyera a las cuatro de la tarde, algunos entre la multitud llegada desde todos los puntos de Argentina descargaron la frustración y empezaron las cargas policiales. Luego, lo de siempre. El Gobierno de la Ciudad, el Gobierno Nacional y el intercambio de acusaciones.
El desorden y las aglomeraciones prosiguieron en la ruta del cortejo fúnebre hacia el cementerio privado de Bella Vista, a unos 40 kilómetros de Buenos Aires. Donde ya reposan los restos de Doña Tota y Don Diego, sus padres. Mil efectivos escoltan al coche que lleva el cuerpo del Diez. Alrededor, caravanas de vehiculos. Al costado de la ruta, el pueblo. Mucha bandera albiceleste, como la que se le deposita encima del féretro. De fondo el "Diego de mi vida vos sos la alegría de mi corazón". Siempre acompañado de ese color, de esa música, de ese caos.
Maradona deja un influyente y nutrido legado. Será recordado por muchas cosas, pero sobre todo su muerte significa el adiós del último futbolista del pueblo. Diego fue el último ídolo que jugó para la gente y no para una industria. Tras su declive, el fútbol cambia de ciclo.
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