«Olé, olé, olé, olé, Diego, Diego». El grito que alguna vez nació en el estadio San Paolo de Nápoles tuvo un efecto contagioso bajo el sol del mediodía en Buenos Aires. Las voces no parecían de dolientes. Eran, ante todo, hinchas, o creían serlo bajo tan extrañas circunstancias. Ellas y ellos esperaban entrar a la sede presidencial como si estuvieran en rigor a las puertas de un estadio donde jugaría la selección argentina. El malentendido afloró quizá como mecanismo de protección emocional para la marea humana que fue a despedir a su ídolo y su estandarte.

«Viva la Patria, viva Diego Armando Maradona», gritó alguien y agitó una bandera celeste y blanca. «Viva», le respondieron. El eco se expandió hacia la Plaza de Mayo. A Eva Perón le velaron en 1952 en el Congreso. Maradona recibió el último adiós en el corazón del poder político, en la Casa Rosada. Lo que une a uno y otro episodio es su carácter multitudinario y el aura mítica de los dos difuntos que más amor y enconos han suscitado.

De repente se escuchó un estruendo bajar del cielo. Era el helicóptero de Alberto Fernández. El presidente se acercó a la gente y pidió que mantuvieran la distancia a quienes, en plena pandemia de un país con casi 38.000 muertos por covid-19, habían llegado con flores, fotos y camisetas. Empleados estatales repartieron mascarillas y alcohol en gel.

«El que no salta es un inglés», bramó un adolescente. No estaba en una tribuna sino en la Avenida de Mayo, con un deseo incontenible de avanzar hacia el salón de los Pueblos Originarios donde estaba el cuerpo de su ‘Dios’. Cerca suyo, un joven se desplazaba arrodillado.

La cola se extendió por tres kilómetros. ¿Cuántos arrastraban sus penas? Se habló de más de un millón de personas. Muchos temían no poder entrar a la Casa de Gobierno y desbordaron el control de seguridad al punto de adueñarse por minutos de varios pasillos del histórico edificio. El episodio hizo encender las alarmas. Las puertas de la sede presidencial se cerraron a las 19:00 (23:00 horas de España) debido a la presión social y luego de los incidentes. En la Plaza de Mayo y el acceso al velatorio público tuvieron lugar escenas de empujones y golpes. No faltaron barrabravas y personajes de un fútbol marcado por la violencia. Se informó además de enfrentamientos con la policía.

Pasaron por el velatorio los excompañeros de la selección campeona del mundo en 1986, ‘capos’ de la hinchada de Boca Juniors y figuras como Mascherano o riquelme.

En medio de la congoja, Matías Morla, su último apoderado, consideró que era «inexplicable» que Diego no hubiera recibido «atención ni control» durante 12 minutos «por parte del personal de la salud abocado a esos fines». El abogado calificó además de «criminal idiotez» que la ambulancia tardara más de media hora en llegar.

El féretro se pobló de camisetas de todos los equipos de los que Maradona formó parte. Y las radios no se cansaron de emitir las canciones compuestas en su homenaje: ‘La vida tómbola’ de Manu Chao, la del grupo de rock Los Piojos o la escrita por Andrés Calamaro.

El recuerdo de los medios se centró en sus años de esplendor. Hubo, también, miradas compasivas sobre sus reiteradas caídas y el precio que Maradona tuvo que pagar por ser Dios y hombre a la vez.