Corría el año 2007. Joan Mir lo había intentado con el fútbol, el judo y el skate. Había sido sobre todo en esa última disciplina donde ese jovencito curioso había puesto mucho ahínco. La tienda de monopatines y patinetes que su padre tiene en el centro de Palma también había ayudado. Pero en ninguna logró quemar toda la adrenalina que llevaba dentro. Inquieto y muy observador, ese niño de diez años, cuyos padres se separaron cuando él era muy pequeño, encontró su verdadera inspiración una mañana de septiembre en el aparcamiento de las piscinas de Son Hugo. Allí, no hace tanto, tenía montada su escuela de motociclismo Chicho Lorenzo, padre del pentacampeón del mundo Jorge. Sobre ese asfalto y en ese limitado circuito de curvas indomables rodaba un tal Joan Perelló, primo del padre de Mir y piloto del Mundial de 125cc en 2011.

Una vida sobre ruedas

Ese primo le arrastró un día a un entrenamiento y Joan quedó alucinado con el ambiente que allí se respiraba. «Empezó tarde», reconocen los entendidos en el tema: «Lo normal es que con 5 o 6 años los chavales ya estén curtidos». Pero aprendió rápido, muchísimo. En el mundo del motociclismo solo caben dos perfiles, el del piloto sustentado por la economía familiar, que avanza gracias a una buena moto y a la inversión que hay puesta en ella; y el del chaval que busca soluciones con las becas de patrocinios. Para triunfar en esa última categoría hay que ser el mejor, y Mir lo era.

Una vida sobre ruedas

La carrera del piloto mallorquín se fraguó a base de subvenciones. «En cada campeonato mi padre me recordaba que, si no ganaba, ahí se acababa todo. Adiós al motociclismo. Era una presión constante, porque no había margen de error», reconocía el palmesano sobre sus inicios en este mundo. Pero sin hacer ruido, y con el número 36 en la moto, Mir empezó pronto a sustentar las bases de su futura carrera.

El balear irrumpió por primera vez en el Mundial en el 2015. Lo hizo en el circuito de Phillip Island, para sustituir a Hiroki Ono por lesión. Fue solo durante un Gran Premio, que tan siquiera logró finalizar, pero fue su primera intromisión en este mundo. Aquel jovencito educado y prudente que aterrizó en Australia, mostró desde el primer momento el descaro y la frescura necesarias para sobrevivir en esta jungla.

Una vida sobre ruedas

Su consagración llegaría solo dos años después, el 22 de octubre del 2017, cuando el palmesano conquistó el Mundial de Moto3. Lo hizo sin que ningún rival le tosiera a lo largo de la temporada y con diez victorias en su haber. El isleño se quedó sin igualar los once triunfos de Rossi en 1997, pero sí superó el de puntos, que databa de Álvaro Bautista en 2006 con 338. Cerró el título con 341.

Una vida sobre ruedas

Joan Mir cambió de cilindrada tras la consecución de su primer Mundial. El mallorquín anunció su promoción al equipo Estrella Galicia de la categoría de plata. En Moto2 logró la distinción de mejor debutante del año, con cuatro podios y la sexta posición en la clasificación final del campeonato con 155 puntos. Y no quiso esperar más. Mir tenía MotoGP entre ceja y ceja y ese mismo año decidió dar el salto a la categoría reina, pese a ser duramente criticado por su decisión de no probar suerte otra temporada para luchar por el título. «Yo no tenía dudas de subir, pero sí otras personas», confesaba. El tiempo le ha dado la razón.

Su octavo puesto en su primera carrera de MotoGP en la temporada 2019, peleando en el grupo de cabeza, supuso uno de los mejores estrenos de la historia en la categoría reina y con él reivindicó que su decisión no había sido una equivocación. En su año de debut, cerró el curso en la duodécima posición. En las 19 carreras que se disputaron en dicha temporada, el isleño entró en los puntos en 12 de ellas, logrando su mejor posición en el Gran Premio de Australia, con un quinto puesto que, como él mismo reconoció «supo a poco». Solo un año después, levantaría su primer campeonato en la categoría reina. Ya es parte de la historia del Mundial. Toda una vida vinculada al deporte.

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