Todo el mundo está de acuerdo. Todo el mundo piensa, a falta ya de solo dos grandes premios (Valencia, en Cheste, este domingo y, dentro de 13 días, en Portimao, Portugal), que el mallorquín Joan Mir, de 23 años, líder del equipo Suzuki, es merecedor, el próximo domingo o el siguiente, de conquistar su segundo título mundial (ya ganó, de calle, el de Moto3) y ser digno heredero, con otro estilo pero idéntica contundencia (o casi), del mismísimo Marc Márquez (Honda), que aún no ha reaparecido en un campeonato que Mir está dominando con mano de hierro, de acero, de platino, de titanio, una cabeza privilegiada, una serenidad digna del mismísimo ‘canibal’ y, sobre todo, con un control del escenario impresionante, sin inmutarse, pese a que es solo su segundo año en MotoGP.

Lo que Mir está haciendo, ganador, ¡por fin!, ayer de un gran premio, el de Europa, en el desértico trazado ratonil de Cheste, es una obra maestra y, aunque no lo diga y sí lo piense, bajo las enseñanzas de MM93, que, en sus últimas temporadas, donde arrolló a todos sus rivales, demostró que los títulos se conquistan saliendo a ganar y, si no puedes ganar, subiéndote al podio o amarrando el mayor número de puntos posibles. «Los títulos se ganan con cabeza y, sobre todo, tratando de no querer correr más de lo que puedes o debes y, sobre todo, se conquistan sin hacer tonterías», señaló Mir, el pasado jueves.

Y así está corriendo el piloto de Palma que, esta semana, en el mismo Cheste puede proclamarse campeón del mundo, cediendo, incluso, 11 puntos a cualquiera de sus rivales o, simplemente, ganando y/o casi, casi, subiéndose al podio, cosa que ayer hizo, no solo con una precisión prodigiosa, sino con una cabeza y determinación digna, insisto, de todo un campeón y bicampeón, que es lo que acabará siendo el muchacho que, arrancando desde la segunda fila ayer, se colocó, de inmediato, pegadito a Pol Espargaró (KTM) y a Alex Rins (Suzuki).

Primero superó a ‘Polyccio’, que ayer logró su cuarto podio de la temporada (cuatro cuartos puestos) y, luego, cuando Rins falló en un cambio de marcha, se quedó medio bloqueado en una curva fácil, Mir se coló por el interior, apretó los dientes, rodó unas decimitas más rápidos que todos los que le perseguían y acabó, ¡por fin!, cruzando la meta como ganador y casi, casi, nuevo y flamante campeón.

Todo lo que Mir ha hecho este año, todo, ha sido para recibir la mayor de las recompensas, el título grande. Lleva siete podios en los últimos nueves grandes premios (tres segundos, tres terceros y la victoria de ayer en Valencia) y, sobre todo, un dominio de la situación, eso sí, tal y como él reconoce, «gracias a una moto perfecta, equilibrada, competitiva y digna de, 20 años después (Kenny Roberts Júniors, en el 2000), volver a conquistar el título mundial».

Es posible, sí, que Mir no sea tan agresivo como Márquez. Es posible, sí, que sus podios y victorias no sean circenses, en el sentido de vivir en el alambre. Es posible que no tenga el instinto asesino del muchacho de Cervera (Lleida). Pero de lo que no cabe duda, es de que, en su segundo año entre los ‘magníficos’, ha demostrado ser mucho mejor que el explosivo Fabio Quartararo, que ayer se fue al suelo; el metódico Maverick Viñales, que ayer acabó 13º (salió el último); que el manitas Alex Rins, castigado por su lesión de inicio de temporada o veteranos como Andrea Dovizioso y Valentino Rossi.