Leo Messi ya no quiere seguir en el Barça. Tras un largo período de reflexión, que no se remonta únicamente a los días posteriores al 2-8 del Bayern, el capitán azulgrana no desea continuar en el Camp Nou. Cansado de encadenar varias decepciones deportivas, sobre todo en Europa (Roma, Anfield y Lisboa), Messi abre la puerta de su casa para marcharse. Lleva 20 años en Barcelona y ya no quiere seguir, cansado como está de la caótica gestión deportiva de Josep Maria Bartomeu, el presidente que ha sido incapaz de convencerle para que agote su contrato hasta el 2021.

No solo eso. Le ha ido empujando, según Messi, hasta desquiciarlo y hacerle salir de su casa. No hablaba Leo desde que tramó públicamente una tregua sin éxito con Setién para sobrevivir en la Champions, una vez perdida definitivamente la Liga, el título al que se aferraba el Barça de Valverde para resistir mientras iba fracasando, año tras año, en la Champions. Y quiso hablar a través de un documento legal, algo nunca visto en la tempestuosa relación con el club.

Primero se fue Neymar. Hace ya tres años. Era el prólogo del primer, que no último, gran desencuentro de Messi con Bartomeu. La relación estaba deteriorada porque el equipo se encogía cada temporada, dejándolo cada vez más desprotegido. O así lo sentía Leo hasta que el 'Lisbonazo' terminó con tanta duda, dejándolo desnudo también a él.

Dudas que estaban larvadas desde hacía mucho tiempo. Faltó, además, que Koeman comunicara en una breve charla telefónica a Luis Suárez, su amigo del alma, que no entraba en sus planes para el nuevo proyecto deportivo. No se va Messi porque el Barça eche al uruguayo, pero ha sido la coartada que necesitaba para terminar de decidirse.

Se quiere ir porque ya recela tanto de la directiva, Bartomeu fue incapaz de hablar con Suárez para despedirlo como merecía, que no desea salir también de mala manera. A la junta acusa de no saber regenerar con acierto al equipo (Dembélé, Coutinho y Griezmann) cuando, en realidad, el problema estaba en el propio equipo.

Peleas constantes

Está cansado de estar con la directiva, solo tuvo complicidad con Laporta (2003-2010), desanimado al ver que se iban cargando a todos sus amigos. Y si no podían con él no era por falta de razones sino por ser quien es: Leo Messi.

Tras la marcha de Valverde, a quien el club echó porque confiaba en fichar a Xavi, el preferido de la plantilla, y terminó llegando Setién, todo se envenenó aún más. Ni siquiera la dimisión de Abidal, con quien se enfrentó el pasado mes de febrero, calmó al capitán. Eran días de pelea con la junta. A veces, por el espionaje; en otras ocasiones, por la rebaja salarial. El poder estaba en el vestuario y no en el palco.

Poco a poco, y sin que Bartomeu supiera desactivarlo, más bien parecía que lo iba azuzando, Messi encontraba más razones para irse que para quedarse.

No tiene nada contra Koeman, que le dibujó con contundencia sus planes para la próxima temporada. No le une nada al presidente, como ya le ocurrió en su momento con Sandro Rosell, quien había buscado en el fichaje de Neymar (verano del 2014) el primer camino para edificar un proyecto sin él.

Choques con el palco

Quizá el técnico haya sido más contundente con Messi en esa cita del pasado jueves que cualquier otro entrenador en los últimos años. O dirigente. Contundente, directo y transparente fue el holandés al dibujarle su idea.

Koeman lo quiere en el Barça, pero asumiendo que todo ha cambiado tras el 2-8 para los azulgranas la desintegración de un equipo que tocó la cima por última vez en Europa hace cinco años. Desde el 2015, todo ha ido a peor hasta llevar a Messi al adiós.

Koeman, como sabe mejor que nadie el capitán, no era el problema. Estaba localizado desde hace tiempo en los despachos, como se demostró en cada renovación que iba firmando el astro. Hizo solo dos con Bartomeu en seis años. Y la segunda (ejecutada en noviembre, pese a estar pactada desde julio), en la que se reservó una cláusula de salida que expiró el 31 de mayo, para irse gratis, costó mucho más que la primera (mayo-2014, justo antes del Mundial de Brasil).

Cargado de razones, y tras días de peligroso silencio, el capitán no se ve con fuerza ni entusiasmo para dirigir desde el campo la regeneración del Barça que ha perdido la esencia que le hizo infalible durante unos años perfectos. Pero se fue Xavi, luego Iniesta, sus mejores socios en el campo, se fugó Neymar, echan a Suárez€

Suficientes argumentos para que Messi levante el 'campamento' de Barcelona, donde ha vivido más tiempo (20 años) que en su propio país (13 años). Aunque nunca abandonó ese acento rosarino, que curiosamente se le iba notando más en los últimos tiempos, vinculado como ha estado siempre con Argentina, una selección a la que renunció hasta en dos ocasiones. Pero siempre se desdijo y acabó vistiendo, de nuevo, la albiceleste.

Más tiempo en Barcelona que en Argentina

A Messi, que siempre fue dueño de su destino, se le ha acabado la paciencia. Tiene 33 años y quiere buscar otra aventura. Huye de casa. Llegó en silencio, aguardó días en un hotel de la Plaza España barcelonesa a que le hicieran la prueba, firmó en una servilleta, se lesionó nada más empezar, hasta que su único y descomunal talento desencadenó una tormenta de fútbol genial que ha durado más de 18 años con la camiseta azulgrana. La única que ha vestido de profesional. Esa zamarra y la de Newell's Old Boys antes de volar hacia Barcelona, donde debutó con 16 años siendo acogido por Ronaldinho, la sonrisa del fútbol.

En el Camp Nou fue acunado por la sabia y discreta paciencia de Rijkaard, un técnico meloso que le dio la calma necesaria para que ese vendaval que se anunciaba pudiera expresarse. Después conectó con Guardiola para alumbrar, junto a Xavi, Iniesta, Puyol, Valdés, Piqué, Busquets, Pedro€, el equipo perfecto. El Barça del 2009.

Luego, se sintió protegido por Tito, el entrenador que le recomendó no abandonar su casa en esos días tormentosos, aunque el cáncer truncó cruelmente esa relación. Después, ,el Tata Martino no supo descodificarlo nunca. Ni hablar el mismo idioma, pese a ser ambos de Rosario. Se enfrentó a Luis Enrique, nada más llegar, pero sellaron en el campo el triplete de Berlín con su pareja de inseparables amigos: Neymar, que se fue en el 2017, y Suárez, que se marcha en el 2020.

De Valverde no tuvo ni una queja porque le entendió. En el campo y fuera. Con Setién, en cambio, no hubo química alguna. ¿Y Koeman? Ya no le quedan ganas de trabajar en el Camp Nou con nadie, un estadio del que se despidió en silencio por la pandemia. Con, tal vez, una última foto, la del 2-8 de Lisboa, que provocó, ni dos semanas más tarde, que llegara a las oficinas del club un burofax. De la ilusionante servilleta al burofax de la ruptura.