El Mallorca empieza la desescalada. Obviemos los goles y el rival, para preocuparnos ante un equipo en posición de descenso que va perdiendo por dos a cero en su campo, y que se olvida de cometer una sola falta en toda la primera parte. Desde el punto de vista epidemiológico, los mallorquinistas anularon cualquier riesgo de contagio del coronavirus con su caballerosidad. Bajo la perspectiva de la competición, afrontar al Barça sin faltarle al respeto conduce a un marcador previsible.

La nueva normalidad empieza a parecerse demasiado a la antigua, con Messi como uno de los retornos menos desagradables. El astro barcelonista no solo simplifica el juego sobre el campo, donde basta con esperar a que se despierte para liquidar el partido. El argentino facilita asimismo el trabajo de los analistas, porque nos ahorra un estudio pormenorizado del resto de la plantilla. Para qué perder horas de investigación descifrando el peinado de Griezmann, si acabará decidiendo la batuta de Messi. (Este párrafo fue escrito ayer a las 18.30, horas antes del partido, pero seguirá vigente durante meses, quizás años).

Se alegará que Messi no intervino en la cocción del gol que llegó en un minuto y cinco segundos, cuando 20.500 espectadores todavía no habían tomado posesión de sus asientos en Visit Son Moix. En realidad, las dianas del pendenciero Arturo Vidal y el Braithwaite de relleno demostraban que las estrellas del Barça rehusaban aristocráticas ejercer de verdugos del Mallorca. Se reservaban para enfrentamientos auténticos.

Cuesta afirmar que el Mallorca disputó el partido de anoche. Sus jugadores (?) parecían salidos directamente del confinamiento al estadio. Han seguido tan a rajatabla las sucesivas fases marcadas por el Gobierno que han reforzado la mascarilla con una armadura completa. No hay otra forma de explicar sus torpes maniobras sobre el césped.

Indicar que el partido se celebró sin espectadores supone un insulto para los futbolistas locales, que ocuparon silla de pista para contemplar sentados el despliegue azulgrana. La inhibición era tan dramática que el minuto 29 de la primera mitad sorprendió a los veintidós protagonistas absolutamente inmóviles sobre el césped, con la particularidad de que el balón rodaba en esos momentos en juego por el césped.

No recuerdo la última vez que vi a un defensa perdiendo un balón raso y controlado en su área pequeña, pero el Mallorca nos ofreció joyas de desidia. Messi desconcertaba a Sastre por triplicado junto a la portería, ejecutaba más adelante una parábola degradante sobre la cabeza del defensor. El argentino se escoró a la derecha, al advertir la debilidad de la réplica por ese costado. En algún momento de la primera parte decisiva, los espectadores no asistieron (porque no estaban presentes) a una exhibición digna del Cirque du Soleil.

El Mallorca sufría asfixia, se debatía sin pulmones ni olfato, aquejado de una gran fatiga. Por fortuna, puede refugiarse en las anomalías del espectáculo, en la atmósfera fúnebre que reinaba en Visit Son Moix, salvo para los telespectadores acunados con una banda sonora de ficción.

Todo suena a falso en un partido de Primera sin público, que se asemeja peligrosamente a los dos millones de vídeos caseros que hemos soportado por solidaridad durante la pandemia. O a las pizzas confeccionadas en casa que los más osados no solo comían, sino que presumían de ellas en Instagram.

La excepción de Kubo, que forzó dos paradones de Ter Stegen, no redime al Mallorca. En todo caso, se certifica así que el confinamiento japonés no fue tan estricto como su variante española. Tiene gracia que el único jugador a tono con la Primera sea un adolescente rechazado por el entrenador, que lo desdeñó a su llegada.

Cabe agradecer a Fernando Simón que el partido se celebrara a puerta cerrada, para evitar la humillación colectiva de la afición mallorquinista. Diez goles a dos en el marcador frente al Barça, con tres dianas de Messi, obligan a plantearse si el Mallorca es un equipo de Primera que dos temporadas atrás militaba en Segunda B, o un conjunto de Segunda B que obtiene los resultados lógicos al infiltrarse en Primera.

Solo Hitler había causado una convulsión semejante en el calendario deportivo mundial, lo cual nos orienta sobre la ideología del coronavirus. Entre sacudidas que no alteran su pasividad, el Mallorca puede buscar consuelo en las derrotas a domicilio de dos rivales directos, Celta y Leganés. Ahora bien, las oportunidades hay que aprovecharlas, y este equipo sin faltas se desentiende de competir durante demasiados minutos.