"Goooooool, goooool", se oyó en el Visit Mallorca Estadi. El nombre estaba de estreno, pero el ruido que se oyó cuando marcó Arturo Vidal al minuto y cinco segundos de partido tampoco era el de siempre. Ni siquiera cuando anota un rival. Parecía el de cualquiera de las pachangas que se juegan a diario en cualquier campo municipal o privado. Pero en ella no había un grupo de amigos. Estaban los Dani Rodríguez, Salva Sevilla y Salva SevillaBudimir por un lado y Messi, Griezmann y Piqué por el otro.

Fue una noche muy extraña. Y triste, muy triste. De estas inolvidables para los pocos que la vivieron en Son Moix y de las que dan rabia para los que se tuvieron que quedar en casa en un duelo ante un grande como el Barcelona. Y es que no hace mucho más de dos años que vieron en este mismo escenario a su equipo medirse al Peralada, Ebro o Badalona.

De las más de veinte mil personas que hubieran abarrotado las gradas, todo un premio después de dos ascensos consecutivos, a las ciento setenta que había en todo el recinto. Y en esta cifra se incluyen los veintidós que jugaban sobre un césped impecable. Personal médico, guardias de seguridad privada, recogepelotas, dos directivos por cada club en el palco, algunos representantes de los medios de comunicación, empleados de LaLiga y del club, y los miembros de los dos equipos. Nada más. Lo indispensable para informar al mundo de lo que estaba sucediendo y para que no faltara nada para que se llevara a cabo un espectáculo sin público. Toda una paradoja de la vida. Lo cierto es que faltaba todo, sobre todo el alma de los que aman este deporte y, en este caso, también al Mallorca. Fue un sentimiento inevitable para el que ayer estuvo dentro.

El Barcelona llegó al Visit a las 20:22 horas

El Barcelona llegó al Visit a las 20:22 horas, mientras que los bermellones a las 20:28. En ambos casos lo hicieron con dos autocares para cada equipo para mantener las distancias de seguridad. Más de un centenar de hinchas, la mayoría de los rojillos, les esperaron con ilusión, pero apenas pudieron ver algo. Los vehículos se introdujeron hasta las entrañas del estadio hasta desaparecer. Y a partir de ahí los únicos que pudieron ver lo que sucedía dentro eran los acreditados.

Todos ellos habían superado un estricto protocolo en el que no hubo espacio para la improvisación. El control era absoluto y no se podía dar un paso sin justificarlo. Tomas de temperatura, mascarillas y guantes y gel hidroalcohólico para todos. Su uso no era una recomendación.

No obstante, como siempre puede suceder algo fuera de lo normal, y más en esta isla, un espontáneo birló todos los dispositivos posibles para meter en un serio problema al club. Ataviado con la camiseta de Argentina, con el '10' a la espalda, llegó al centro del campo, buscando con el teléfono móvil a Messi, tras fotografiarse con Alba, antes de que la seguridad le redujera. Un papelón muy difícil de justificar. Lo que es seguro es que este intento de 'selfie' saldrá muy caro.

Antes de todo eso, Jaume Colombàs, el popular 'speaker' del Mallorca, había cantado las alineaciones con la misma entonación de siempre. Como si los aficionados estuvieran ahí, como si fueran a responder con los gritos de siempre. Pero ayer los jaleos a los Valjent, Kubo y compañía tenían que ser con el corazón. Y desde fuera del estadio. El sonido ambiente, como si el partido formara parte de un videojuego, entorpecía. Y era curioso que cada vez que los de Vicente Moreno se acercaban a Ter Stegen los decibelios subían, mientras que cuando eran los de Setién que asustaban a Reina, lo que se escuchaban eran abucheos. Enlatados, claro. Ni rastro de la pasión que siempre está presente en este deporte.

"Qué bueno, Leo", se oyó con nitidez felicitando Piqué al astro cuando marcó el cuarto. El mejor del planeta deslizaba sus genialidades para tortura de los de rojo y negro. Una noche de pena, como el resultado para el mallorquinismo.