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Rodar al borde de la ley

Ciclistas amateurs cuentan las diferencias existentes entre salir a entrenar en Lloseta, Santa Maria o Inca sin salir del municipio

Llorenç Morro, durante un entrenamiento en Inca. f ll. m.

Desde el pasado sábado las bicicletas han vuelto a tocar el asfalto como una de las actividades preferidas de los mallorquines en esta fase 0 de la desescalada. Pero hay que estar atento para no saltarse lo que marca el Real Decreto, más que por el tiempo de actividad o los kilómetros a recorrer, por los límites geográficos que a veces se olvidan o se desconocen.

Lloseta es el segundo municipio de Mallorca con menos kilómetros cuadrados de extensión (12,1). Para los habitantes de esta pequeña localidad, muchos de ellos amantes del deporte de las dos ruedas, no salirse de los límites que marca la ley no ha sido tarea sencilla. "Pues lo primero que haces es tirar de mapa, porque la verdad es que hasta ahora nunca había tocado plantearse de manera tan estricta, dónde esta la línea que separa una población de otra", explica Dani Prats, de 46 años y quien lleva viviendo en este pueblo de la comarca del Raiguer los últimos quince.

"El problema no es tanto la extensión que tiene el municipio, todo depende más de la distancia ciclable del mismo, que en el caso de Lloseta son cerca de nueve kilómetros y medio", subraya. "Con una distancia tan corta, podéis imaginaros las vueltas que nos toca dar a un mismo recorrido para poder hacer una salida medianamente larga", explica.

La pasión por el ciclismo la comparte Dani con sus dos hijos, Pau, de 16 años, y Ferran, de 14. "En casa contamos con dos rodillos y durante todos estos días les hemos dado bastante caña. O hacíamos clases con Alberto Contador o conectábamos mediante videoconferencia con un primo para rodar juntos. Hemos buscado diferentes formas para entretenernos dentro de la monotonía que supone quemar rueda en casa", señala.

"Volver a sentir el aire en la cara el pasado sábado fue un gustazo, fue casi como volver a aprender a montar en bicicleta. Evidentemente el primer día se notó una mayor afluencia de personas, pero no todo el mundo optó por hacer la misma ruta. Mi hijo pequeño y yo hicimos cerca de 40 kilómetros, mientras que Pau llegó casi a los 50, por los que a todos nos tocó repetir el recorrido entre cuatro o cinco veces", remarca. No lejos de allí, a solo quince kilómetros, Alberto Cruz se prepara para un nuevo rodaje por las calles de Santa Maria, cuya extensión ronda los 37 kilómetros cuadrados. Este mallorquín, de 38 años, cambió la Platja de Palma por el municipio que limita con Consell, Santa Eugènia, Palma, Marratxí, Bunyola y Alaró por amor. "Pues dentro de lo que cabe me siento un privilegiado, porque aquí contamos con bastante terreno practicable para rodar en estos primeros días de desconfinamiento", señala.

Este ciclista amateur, aficionado a la bicicleta de montaña y la de carretera, reconoce que lo que peor lleva es la falta de desnivel que existe en su localidad: "El primer día creo que me salieron solo 200 metros en los cerca de 50 kilómetros que hice, unas risas, vamos, y eso que yo no soy un gran escalador".

Alberto Cruz reconoce que "tener un rodillo en casa le ha salvado la vida" durante todos estos días, y que, aunque ahora entre semana tiene la posibilidad de ejercitarse en las calles de su pueblo, "muchos días" prefiere quedarse a hacer el trabajo en casa. "Me suscribí a Zwift, una aplicación que usan muchos ciclistas profesionales. Basta con tener un rodillo normal. Simplemente vinculas los sensores de frecuencia cardiaca, cadencia y velocidad y ruedas con gente de todo el mundo o haces carreritas y te apuntas según el nivel que tengas. Es bastante entretenido, evidentemente no es profesional, pero tampoco quieres quedar el último", señala.

Cruz decidió no salir a rodar el primer día de la desescalada "un poco por el miedo a la aglomeración de personas", pero el pasado domingo sí se lanzó a la carretera: "En mi cabeza llevaba un poco pensado el recorrido que quería hacer y repetí dos veces el circuito para recorrer cerca de unos 50 kilómetros". Como todos los ciclistas aficionados de la isla, espera que el Gobierno abra en poco tiempo la mano para poder salir de su municipio a rodar. "Uno echa en falta el paisaje de montaña, evidentemente. Subir el Coll de Sóller, pasar por Deià... Ahora mismo se me ocurren mil rutas para hacer, pero esperemos que pronto nos den ese mayor margen de movilidad a los ciclistas no profesionales", indica.

Cada uno se apaña como puede, pero evidentemente en la isla hay algunos con más privilegios que otros. Llucmajor es el municipio más extenso, con cerca de 327 kilómetros cuadrados, y a este le siguen Manacor (260) y Palma (208). Selva, Pollença y la capital son seguramente las localidades que cuentan con un mayor número de ciclistas, por los que, aunque sus municipios sean extensos, no siempre puede resultar fácil salir a rodar.

En el extremo contrario se encuentra Escorca, donde prácticamente no vive ningún ciclista y se trata de uno de los parajes más preciados por el amante de las dos ruedas. Ahora sus carreteras esperan ansiosas la llegada de sus anfitriones.

Llorenç Morro, de 49 años, reside en Inca (58,34 km²). "La obligación de no salir del municipio me está permitiendo descubrir nuevas carreteras en mi localidad, y eso que yo soy mucho de callejear y probar rutas nuevas", confiesa este aficionado al ciclismo. "Hasta cierto punto me considero un privilegiado, porque basta con mirar a nuestros vecinos de Lloseta para saber lo mal que lo están pasando. Yo tengo la suerte de contar con más de 60 kilómetros practicables de recorrido, sin tener tan siquiera que meterme por área urbana", señala.

Desde el primer día Morro no ha faltado a su cita con la carretera. "Tenía demasiadas ganas. El rodillo me ha salvado, pero evidentemente no es lo mismo", reconoce. "Antes de todo esto yo podía hacer una media de casi 300 kilómetros semanales, por lo que meterme en mi casa a rodar una hora diaria, de lunes a viernes, me ha vuelto casi loco", confiesa.

A diferencia de la planitud de Santa Maria, en Inca el Puig de Santa Magdalena ha sido uno de los objetivos principales en los últimos días de los habitantes de la localidad mallorquina. " Son cerca de 300 metros de desnivel, unos 200 con relación a Inca. La verdad que se agradece poder contar con él para poderle dar algo de caña a la piernas después de tanto tiempo", señala Morro, quien ya lo ha subido en dos ocasiones en menos de una semana. "Yo voy a mi ritmo, sin excesos, y más ahora que cuesta saber en que forma física te encuentras realmente después de todo lo que nos ha tocado vivir", explica.

Morro tiene claro que, si le dan elegir, prefiere la franja horaria matinal que la vespertina, "por aquello de que a las nueve de la noche ya hay oscuridad y siempre más peligro en la carretera". Pese a que no es de los que se levanta a las seis de la mañana para apurar todas las horas que le brinda esta primera fase de la desescalada, "a las siete sí que ya suelo estar en la calle para hacer tiradas de dos y tres horas".

Reconoce que en todo este tiempo, han sido pocas las ocasiones en las que ha tenido que repetir ruta y que, pese a las ventajas que tiene residiendo en Inca, se muere de ganas ya de poder visitar los municipios vecinos. No le queda nada para poder hacerlo.

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