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Análisis

El tsunami vestía de blanco

El partido del procés, con Messi en el papel de Marchena, arrincona a un Barça sobrepasado por la responsabilidad

Piqué saca el balón sobre la línea de la meta de Ter Stegen. reuters

Se disputaba el clásico del procés, con Messi en el papel del también definitivo Marchena. Es decir, el juez inapelable y caprichoso que puede salvar a unos y condenar a otros a años de desgracia. Ambos castigan sin dejarse influir por los colores, porque Griezmann se muestra más alejado del dictador de su equipo que algunos jugadores rivales. El francés no está integrado, no forma parte del grupo. Sobra.

EI procés no vale una Liga, de modo que el pragmatismo catalán se disociaba entre los partidarios de la independencia por sobre todas las cosas, y quienes preferían el triunfo a la autodeterminación. Esta disyuntiva lastró mortalmente al Barça, que cargaba sobre sus espaldas con un partido comprometido y con un compromiso político todavía más agotador. La tensión condujo a una alarmante fragilidad defensiva, y a un entreguismo del balón que puede satisfacer a un entrenador de estirpe vasca como Valverde que parecía avergonzado en su rincón, pero que difícilmente entronca con la tradición de orfebrería de los azulgrana.

Un Tsunami no destaca por sus valores democráticos, al igual que las restantes manifestaciones de la Naturaleza. Además, el Tsunami se vistió de blanco en el Camp Nou, porque el Madrid no creyó en ningún momento que defendía la unidad de España, ni su independencia. Al Bale contratado a tiempo parcial por los blancos le costaría localizar a la ciudad que le emplea en un mapa. Benzema solo acierta cuando despierta, y desde luego que ignora en qué lugar se encuentra. Isco es el único veinteañero del planeta que no considera un privilegio trabajar en el Bernabéu a cambio de millones de euros. Ha de mirarse la camiseta para saber con quién juega.

El Barça tenía que derrotar a Madrid y al Madrid. En cambio, los blancos se desvincularon de objetivos políticos y patrióticos. Al liberarse de ataduras, los blancos trataron al fútbol con gran cariño, desde un fútbol escurialense y cartesiano. No tenían previstas las facilidades brindadas por su rival, pero no dudaron en presionar los saques de Ter Stegen con hasta cinco jugadores, o en desplegar a la totalidad de sus efectivos para un remate. El comando suicida despreció a Messi, un rasgo de orgullo que funciona una vez en la vida.

El empate pactado entre Barcelona y Madrid ofrece el marco idóneo para fortalecer las negociaciones del PSOE con ERC. A pesar de la grandilocuencia de los políticos, todo el procés ha sido un interminable Barça-Madrid, que en ningún momento ha logrado competir con el espectáculo brindado anoche. En cuanto a la extraña decisión de cegar a los espectadores las imágenes del activismo político, es una manera guasona de dar la razón a los independentistas, gentileza de la Liga antidemocrática. No ganamos una transición para vivir en un país de mentiras, cualquiera que sea.

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