El 4 de mayo de 1987 nace en Palma un bebé llamado Jorge Lorenzo Guerrero. Ya desde la cuna, pese a sus síntomas asmáticos, se percibe que el ambiente del chaval se rodeaba de motor, de mucho motor. No es casualidad.

El padre de Mozart era violinista. Por ello el pequeño Wolfgang iba a una academia a los tres años. La hermana de Bobby Fischer, el mayor genio que ha dado el ajedrez, le regaló un tablero a los seis años de edad. El progenitor de Michael Jackson incluyó a su hijo nada más cumplir los cinco en la banda de sus hermanos mayores. De ahí pasó a convertirse en la gran estrella de la música de los ochenta. Un niño prodigio no nace por casualidad. Hay que incentivarle, darle a conocer ese don que si no, puede que nunca despegue.

El caso de Jorge es idéntico al de estos otros genios. A los tres años ya montaba una moto que le había construido su padre, Chicho, entonces mecánico. Entre las primeras carreras que daba gracias a su padre y lo que le gustaba acompañar a su madre, María, en la Vespino, se decantó por esta profesión casi sin quererlo.

A los cinco años ya competía con gente mayor que él y de esta forma comenzó a acumular campeonatos de Balears. A los 11 ganó dos veces la Copa Aprilia de 50 cc y en el año 2000 dio el salto al Nacional, su primera prueba seria. Un año después era sexto en el Europeo a lomos de una Honda, con lo que los responsables de Derbi se fijaron en él para dar el impulso necesario a las estancadas 'balas rojas'.

Durante todo este proceso apareció un hombre clave en la historia de Jorge Lorenzo: Dani Amatriaín. Chicho amartilló la puerta del despacho del catalán en varias ocasiones. Un vídeo con las carreras de su hijo era la causa. Quería que lo viese y decidiese sobre si podía echarle un cable, pues por aquel entonces comenzaba su carrera como representante de pilotos. A la familia Lorenzo le faltaban los recursos necesarios para dar el bote definitivo -sobre todo a nivel de financiación-, aquel que se había soñado toda la vida y sin el que no dejaría de ser eso, un sueño.

Después de más de un rechazo, Amatriaín aceptó ver el vídeo. Quedó tan sorprendido que lo adoptó. A partir de ahí comienzan los récords de precocidad del isleño. Es tal el apego que siente uno por el otro, que Lorenzo decide vestir en los carenados de sus motos el dorsal 48, aquel que recuperará dentro de unos meses cuando debute en el Mundial de MotoGP al lado de Valentino Rossi.

Derbi apuesta, con insistencia de Dani, por el mallorquín para provocar un cambio en la temporada 2002. Ese renacuajo que apenas llegaba a los pedales era la gran apuesta de Gianpiero Sacchi, el jefe supremo de competición en el Grupo Piaggio.

La normativa no le permitió debutar ni en Japón ni en Sudáfrica, las dos primeras pruebas de ese curso. Lorenzo no había cumplido aún los 15 años. Tampoco pudo rodar el 3 de mayo en los primeros entrenamientos del Gran Premio de España. Faltaba un día para algo histórico, el del debut más temprano de todos los tiempos en el campeonato del mundo de motociclismo. Aunque esa carrera en Jerez la ganó Luccio Cecchinello, las gran revelación de la jornada fue el entonces conocido como Giorgio, al que todos auguraron un futuro más que prometedor. Y no se equivocaron.

De ese día han pasado ya diecisiete años. Hoy el motociclismo pierde a uno de sus pilotos más carismáticos. Tímido, chulo, pero a la vez impulsivo, Lorenzo dice adiós a las pistas y se lleva con él cinco títulos mundiales -dos en 250 (2006 y 2007) y tres en la máxima cilindrada (2010, 2012 y 2015)- , 47 victorias y 114 podios en MotoGP. Y se retira pasando a la historia como el único piloto que ha sido capaz de destronar al imbatible Marc Márquez