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Análisis

A rastras también vale

A rastras también vale

Si España volviera a encabezar un imperio, estas nuevas generaciones demuestran que están preparadas para mantenerlo. La selección de baloncesto podría haber jugado un mejor partido de semifinales y haberlo perdido. Se encarama a la final tras haber estado a punto de sucumbir ante Patty Mills, que no Australia. La diferencia real entre ambos equipos solo se manifestó durante los cinco minutos de la segunda prórroga. El mérito adicional de la victoria se debe a que se produjo sin rebote defensivo, un escándalo que los hombres de Scariolo tuvieron que apañar con una exhibición de bricolaje.

A rastras también vale. Si España hubiera perdido ante Australia, desenlace perfectamente lógico dado que hubo dos marcadores finales en empate, se escribiría aquí que la Selección había interiorizado culpable su propia leyenda de invicta. Que los atletas habían presentado más currículum que eficacia sobre la pista.

Por tanto, la victoria de España tras una inversión de veinte puntos del marcador, obliga a ensalzar una fortaleza psíquica sin precedentes. Durante largos tramos del partido, el equipo jugaba mal y no hallaba remedio a su enfermedad. Estuvo a punto de apelar a la furia española, el exceso irreflexivo que conseguía que los deportistas de esa nacionalidad perdieran todas las competiciones en que participaban. También incurrió en un exceso de diálogo con los árbitros, que se limitaban a equivocarse en ambos sentidos.

Se necesita una sangre gélida para postergar la brillantez de las prestaciones a una segunda prórroga. Tras la abdicación de Marc Gasol, el inquieto Ricky asume un protagonismo excesivo y apenas logra enmendar los errores que concede su precipitación. El humilde Llull volvió a ser la clave de la remontada, una roca sin sentimientos.

España, Argentina, Australia o Francia podían llegar individualmente a semifinales del Mundial, pero no todos a la vez. Gracias a las mutilaciones de Estados Unidos y Serbia, y con algo de dedicación al rebote defensivo, la selección invencible aspira a ganar la competición desde sus principios inciertos. Ojalá, porque Díaz Miguel evocaba a menudo la tristeza de que "la medalla de plata se obtiene perdiendo un partido".

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