Es ya sin lugar a dudas el nueco clásico de la tierra batida. La final de Roland Garros reúne esta tarde (15 horas, Eurosport) a los dos mejores tenistas sobre esta superficie, el indiscutible Rafel Nadal, poseedor de 58 títulos en arcilla, once de ellos aquí en París, y el austriaco Dominic Thiem, el que está llamado a suceder algún día en el trono al de Manacor

A priori parece una final desigual. Primero por el peso de la historia, colosal en el caso de Nadal, y después porque ambos protagonistas llegan a la cita de esta tarde en condiciones muy diferentes. Mientras el mallorquín ha descansado 48 horas desde su partido de semifinales ante Roger Federer, resuelto en algo menos de dos horas y media, el austriaco llega a la final con una paliza descomunal en su cuerpo después de una accidentada y maratoniana semifinal ante el número uno. Thiem se impuso en cinco sets tras cuatro horas y trece minutos, con parones, interrupciones por la lluvia y los consiguientes nervios que le pueden pasar factura.

La pregunta ahora es saber cómo puede afectar a Thiem el esfuerzo suplementario que ha tendo que hacer para eliminar al serbio en un partido que empezó el viernes al filo de las cuatro de la tarde y ha acabado 24 horas después.

Volviendo a la historia, un tema no menor a la hora de valorar este tipo de partidos, Thiem no ha sido capaz de ganarle un set a Nadal en sus tres enfrentamientos en Roland Garros. La primera vez, en 2014, tiene una justificación porque el centroeuropeo apenas contaba con 20 años. Más difícil de explicar es lo que ocurrió en las semifinales de 2017, en las que encajó un 'rosco' y en la del año pasado, en la que Thiem solo opuso resistencia a Nadal en el primer set en un partido en el que acabó desquiciado por sus errores y por los aciertos de su rival.

Pero, dicho esto, también es verdad que los números de Thiem ante su gigantesco oponente no son nada despreciables. Pierde en sus enfrentamientos por 8-4. Estas cuatro victorias ante el ganador de 17 grandes le convierten en el segundo jugador con más triunfos en tierra sobre Nadal, después de las siete de Djokovic. Por lo tanto, el discípulo de Nicolás Massú se ha ganado a pulso que se le tenga en cuenta y el máximo respeto por parte de su rival, que de hecho lo tiene con todos.

El único duelo este año entre ambos jugadores se produjo en las semifinales del Conde de Godó, donde Thiem se impuso por un doble 6/4. Todos los partidos cuentan, y el valor de esta victoria para el doble finalista de Roland Garros es incuestionable. Pero Nadal todavía estaba buscando su mejor estado de forma. Tras perder en las semifinales de Montecarlo ante Fognini, Thiem fue demasiado rival. Repetiría semifinales en Madrid, cayendo ante el griego Tsitsipas, y se impuso en Roma al derrotar en la final a Djokovic.

Thiem, por su parte, ha conquistado este año Indian Wells, el torneo más importante de su carrera a la espera de lo que sea capaz de hacer hoy, y el mencionado Godó, en una buena muestra de que también quiere ser competitivo en pista dura.

Nadal deberá estar muy atento a la derecha y el revés a una mano de Thiem. También a las dejadas. Lo pudo comprobar Djokovic ayer. El austriaco ha mejorado mentalmente con respecto al año pasado. Se le nota más maduro. Tal vez en otro momento hubiera perdido la semifinal de ayer, donde desperdició dos pelotas de partido con su servicio. Pero, aparentemente, no se inmutó. Siguió esperando su oportunidad, que llegó en el duodécimo juego. Y de este cambio de mentalidad tiene mucho que ver su entrenador desde hace tres meses, el chileno Nicolás Massú.

Favorito

En cualquier caso, Nadal sigue siendo el gran favorito para adjudicarse su duodécimo título en Roland Garros, que sería el decimooctavo grande de su carrera. Después de un año con muchos altibajos por las lesiones -en Roma ganó su primer título desde Toronto en agosto del año pasado-, vuelve a encontrarse a sí mismo. En el mejor lugar posible, en la Philippe Chatrier, donde solo dos jugadores -Soderling en 2009 y Djokovic en 2015- han sido capaces de derrotarle en tres lustos de presencia en París, en 94 partidos, que se dice rápido. Unos números estratosféricos para un deportista especial, único y posiblemente irrepetible.