Federer teme a Nadal que teme a Djokovic, por lo que Thiem decidió la final de Roland Garros al eliminar al serbio en semifinales. En efecto, la decidió a favor del mallorquín, liberado de otro choque contra su bestia negra. Con esta bendición previa, solo quedaba disimular un marcador que compensara el espectáculo. Lo más difícil para el doce veces campeón en París hubiera sido perder el encuentro. Porque si el austriaco es el jugador número cuatro del mundo, ¿quién tiene ganas de conocer al número cinco?

Nadal ganó el primer juego del partido, un signo alentador pero tal vez innecesario en un tenista que nunca ha perdido una semifinal ni una final de Roland Garros. Comparte esta estadística con la inmensa mayoría de seres humanos, incluso con gran parte de los profesionales de su deporte. Se distancia de todos ellos por haber obtenido doce torneos en quince años. Este dato escapa de la historia del tenis para ingresar en el género de la ciencia-ficción. No puede extrañar que Emmanuel Macron reivindicara a Nadal como patrimonio francés, en una cena de gala en el Elíseo ante Felipe VI y Letizia.

Hablando de testas coronadas, coincidieron Rafa XII en pista y el monarca abdicado en la grada, Juan Carlos de Borbón. La relación entre ambos supera lo personal para adentrarse en lo paternofilial. El artífice de la transición celebra cada éxito de este sucesor. Suena a frívolo transformar una crónica deportiva en un eco de sociedad, pero hasta los espectadores de pago agacharon la cabeza para dar buena cuenta de sus móviles, tan pronto como el mallorquín clausuró el seis a uno del tercer set.

Las predicciones están condenadas al incumplimiento. O peor, al olvido. Sin embargo, un vaticinio está al alcance de cualquier análisis. ¿Cuántos Roland Garros perderá Nadal? Ninguno, nunca. Ya lanzados, hay que atreverse con una incógnita más numerosa. ¿Cuántos Roland Garros ganará Nadal? Apuesten por quince, o 16. Y recuerden que su actual marca supone que un practicante del deporte individual más prestigioso del planeta gana por primera vez un torneo capital con 19 años, y a partir de ahí lo obtiene interrumpidamente hasta los treinta cumplidos.

Para prolongar los doce Roland Garros actuales de Nadal, bastaría con mirarse en el espejo de su confortable final de este domingo. Y antes de que alguien mencione el segundo set extraviado, el mallorquín ha aprendido a tomarse una tregua durante la batalla, como Messi. Después vuelve a golpear con la brutalidad acostumbrada. El pronóstico de continuidad se basa además en el precedente del triunfo cómodo del año pasado ante el mismo Thiem. Y así sucesivamente. A Nadal siempre le quedará París.

En cuanto se subraya la divinidad de Nadal, es obligado justificarse ante Federer. Los 18 Grand Slams del mallorquín todavía guardan un margen respetable con los veinte del suizo. Sin embargo, una comparación más equilibrada obligaría a descontar los cuatro títulos que Federer obtuvo antes de la llegada de su bestia negra al circuito. Por no hablar del marcador de los duelos personales entre ambos.

Nadal logró que Federer descubriera el miedo, pero su triunfo ante un Thiem desfondado supone una valiosa victoria frente a Djokovic y sus quince Grand Slams. El mallorquín venció de amarillo, un color con el que no le hubieran permitido competir en su país. Volvió a exhibir la saña que transforma a sus rivales en víctimas anónimas, sin rostro. Un día recibirá la demanda judicial de un adversario, pero la edad no merma su hambre ni sus mandíbulas.