No había consuelo para tanta lágrima. Imposible. Pocos fueron los que pasaron la criba. Adultos, niños, jóvenes y ancianos. Había quien las exhibía con orgullo, muchos con la mirada perdida, la mayoría las ocultaban bajo banderas, camisetas y abrazos. Ruborizados, quizás, pos su inalterable desdicha.

"Hubiera sido demasiado fácil si hubiéramos ganado hoy", reconocía Manix Mandiola en la rueda de prensa posterior al partido, mimetizado ya con el porvenir del conjunto mallorquín. Esa frase, esa dichosa frase, sintetiza a la perfección el infortunio blanquiazul. El balearico de verdad, el auténtico, está hecho para sufrir. "Si sabíamos lo que iba a pasar. No hay que ponerse así", intentaban consolarse unos a otros tras el pitido final.

Mil setecientos aficionados inundaron las gradas de Son Malferit en la mañana más calurosa en lo que va de año. Palma La afición calentaba motores desde primera hora de la mañana.

Muchas caras denotaban pocas horas de sueño debido al evidente nerviosismo. Muchas voces arrancaban con un hilo de voz a más de hora y media para el inicio del encuentro. "Ya le he dicho a mi jefe que mañana solo cuente conmigo en cuerpo presente. No ha empezado el partido y mira cómo estoy", entonaba sus explicaciones entre insultos a la llegada del autocar racinguista.

Las puertas de Son Malferit se abrieron de par en par. Sin entradas a la venta, la afición empezó su peregrinaje hacia el interior del estadio. Los asientos bajo la sombra fueron los primeros en ser ocupados. Muchos precavidos, crema solar en mano, untaban sus mejillas y brazos.

En el aparcamiento de la Federació de Futbol de les illes Balears, a solo 200 metros, medio centenar de niños de la cantera tuvieron que conformarse con vivir el partido desde una pantalla gigante. Quienes no han faltado para dar su ánimo al equipo durante toda la temporada, viendo el partido desde el frío que otorga una pantalla de televisión.

"Hoy tiene que ser el día. Quiero que no dejen de oírnos durante los 90 minutos del partido", instruía un balearico desde las gradas a sus camaradas a través de un megáfono. Solo la entrada de la hinchada cántabra al campo desvirtuó la armonía que se vivía en el campo.

Con el inicio del encuentro Son Malferit estalló y Fullana desató la locura anotando desde los once metros. "Él era el que más se lo merecía. Tenía que ser él. El único que sigue desde la eliminatoria ante el Mirandés. Estaba escrito", se felicitaba la afición entre abrazos. Importaba poco no conocer al vecino de silla. La alegría era compartida.

Durante cerca de media hora el Atlético Baleares Una sensación que se apoderó del campo y que fue en aumento con el paso de los minutos, pero el disparo de Buñuel al fondo de la red enmudeció Son Malferit en el 60. En una milésima de segundo, la afición balearica pasó del cielo al infierno.

Pese a que había tiempo para cambiar las tornas, más de media hora, las sensaciones ya eran de fracaso. El daño estaba hecho. Nadie se atrevía a admitir lo que se venía encima. Con el pitido del árbitro la afición no fue la única que lloró. Nuha Marong no tenía consuelo. Adri Hernández sollozaba y Vallori

Tres hinchas, pancarta en mano, se situaron a la salida de los vestuario: "¡Fulli, cambia esa cara! ¡Para arriba, joder! No está todo perdido. Os habéis ganado una segunda oportunidad."