Lo que prometía ser una fiesta fue ayer un festival. El gol de Hugo Díaz en el 78 desató la locura en un Son Malferit en el que no cabía un alfiler. No es para menos. Ir a ver al Baleares es, esta temporada, sinónimo de alegría. El aficionado balearico recoge sus bártulos con una sonrisa en la boca. "40 de 45 en casa", se felicitan con el pitido final del encuentro. Esta temporada, desde las gradas, se habla de la importancia de conseguir la primera plaza, cuando hace menos de un año se hacían cuentas para salir del descenso.

Manix Mandiola volvió a ser ayer uno de los más aclamados. No le cuesta al vasco espolear a su público, lo tiene fácil cuando le deben tanto tras obrar el milagro de la permanencia. Y mientras Manix sonríe, se ajusta la gorra y recibe con estupor tanto elogio, aparece Ingo Volckmann sobre el sintético de Son Malferit, cual niño que ha visto ganar a su equipo y quiere pisar por donde han jugado sus ídolos.

Todo es perfecto, incluso el campo parece ideal. La ventaja de cuatro puntos sobre el segundo clasificado, a falta de nueve jornadas para finalizar el campeonato, invita al ensueño. Pocos peros hay a una temporada que, hasta el momento, ha sido perfecta.

La victoria de ayer guarda un significado especial para Nuha Marong, a quien sus compañeros dedicaron el triunfo, tras el fallecimiento de su madre. Son un equipo, no cabía otro resultado.