Thiem se equivocó de estrategia. Si deseaba eliminar a Nadal en el Open americano, jamás debió inaugurar el marcador con un 6-0 a su favor. Debió limitarse a un educado 6-4. O mejor aún, a perder por la mínima, para remontar en las mangas sucesivas. El cero despertó a la bestia. A partir de ese momento, el jugador austriaco firmaba su descenso a actor secundario de otro partido del siglo. Con la obligatoriedad, así en Wimbledon como en Nueva York, del protagonista mallorquín.
Nadal no sabe perder. El primer set lo embocaba a una noche en la que despertarían sus demonios. Quienes afrontan los reveses con deportividad, solo se garantizan más reveses. El campeón de Roland Garros a perpetuidad es un gran tenista, cuando adopta la necesidad de ganar que le inculcó su tío. Ahora bien, el miedo a perder adentra su juego en lo inverosímil. No insista en repasar el vídeo, hay golpes del partido del siglo de cuartos que no existieron, aunque los haya inmortalizado una cámara. El último triunfo histórico de Nadal no demuestra cuánto ansía la victoria, sino cómo odia la derrota.
