Escribía Toni Nadal en un reciente artículo que, tras volver a ver entera la final de Wimbledon que su sobrino disputó contra Federer el 6 de julio de 2008, todavía se le ponía la piel de gallina. "El peor día de mi vida", recordaba el tío y ya exentrenador de Rafel Nadal. No es para menos. Todos los que estuvimos aquel día en la central del All England Tennis Club no olvidaremos nunca lo que se vivió aquella tarde, que parecía no acabar nunca por los tres parones por la lluvia, uno de ochenta minutos, que hizo peligrar que la final tuviera un desenlace aquel domingo.

Cuando la pelota golpeada por Federer se estrelló contra la red, Nadal se lanzó sobre la hierba londinense. Había conseguido su gran objetivo, conquistar el torneo que había soñado ganar desde pequeño. 6/4, 6/4, 6/7(5), 6/7(8), 9/7 tras cuatro horas y 48 minutos de una batalla descomunal, con un juego de primerísimo nivel entre los dos mejores de la historia y en su momento cumbre, 27 años el suizo, 22 el mallorquín, que jugaba por aquel entonces sin mangas, con pantalones hasta las rodillas y luciendo melena. Habían protagonizado la final más larga en la historia del torneo y superó en calidad a la que protagonizaron en 1980 el sueco Bjorn Borg y el norteamericano John McEnroe, con triunfo para el primero también en cinco sets.

Fue un triunfo epopéyico, por las alternativas en el marcador, por el suspense, por las interrupciones por la lluvia -la primera antes del inicio del partido-, porque ambos se disputaban el número uno y porque se encontraban en el escenario más emblemático del tenis. Todo contribuyó a que fuera una jornada perfecta, un día para recordar.

Nadal encarriló el partido con un doble 6/4 en los dos primeros parciales. Todo parecía ir a pedir de boca para que tocara la gloria. Pero Federer reaccionó como solo lo saben hacer los grandes campeones. El suizo, que vio truncada su racha de 40 victorias consecutivas en su torneo fetiche, se llevó el tercer set en la muerte súbita. El público londinense, correcto como ningún otro, se desprendió de toda la tensión en favor del helvético, su jugador más querido.

En el cuarto set Nadal tuvo una pelota de partido que no aprovechó. Sí Federer, que siguió vivo tras un revés paralelo sobre la línea para igualar el duelo tras volver a ganar en otra muerte súbita a prueba de corazones. El título se iba a decidir a un solo set.

En el quinto y definitivo parcial, con 2-2 y 40 iguales en el electrónico, se vuelve a interrumpir el partido por la lluvia. Eran las 19.45, casi cinco horas después de que ambos jugadores hicieran su aparición en la central. Reanudan el juego y la igualdad preside el parcial hasta el punto definitivo. Los dos conservaban sus servicios, hasta que Nadal rompió el de su rival en el decimoquinto juego. No podía fallar. La final tenía que ser suya. Esta vez sí tras estar muy cerca de conseguirla el año anterior, de nuevo ante el imbatible Federer. El suizo, intuyendo lo peor, y tenso como pocas veces se le ha visto en una pista de tenis, con punto de partido para el de Manacor, estrelló la pelota en la red. Nadal era campeón de Wimbledon, el primer español desde el mítico Manolo Santana en 1966.

Todo quedó muy oscuro, apenas había luz en la ceremonia de entrega de trofeos, con un Nadal exultante y un Federer que no daba crédito a que hubiera perdido en su santuario particular desque que conquistara su primer título en Wimbledon en 2003.

Nadal, que se presentó en la sala de prensa pasadas las diez de la noche ya que tuvo que pasar un control antidopaje, admite, pasado el tiempo, que aquel triunfo supuso "un gran paso adelante" en su carrera. "Tuvo mucho impacto en mi juego".

Diez años después, los mismos protagonistas pueden volver a verse las caras en la final en el mismo escenario. Lo ocurrido en 2008 es un recuerdo que perdurará el resto de nuestros días.